Capítulo53 - Pertenencias erróneas

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Jackson

—Aún la tengo secuestrada—dije ni bien colgué, esperé la aguda y ruidosa carcajada que me atravesaría el tímpano hasta romperlo, algo característico de Amalia Mazzeratti, de mi mejor amiga, pero nunca llegó.

El silencio se hizo presente unos segundos, como si ella estuviera pensando en que debía decir.

—Jean Pierre viene para acá—siseó directa de un momento a otro, provocando que mis ojos se abrieran de sopetón y mi mandíbula se descolocara, miré a Chloe con pánico y tragué saliva de forma ruidosa.

—Dime que tienes un plan—susurré casi suplicante y esperanzado.

Teníamos al menos media hora hasta Fort Lauderdale, entre quince y veinte su subía la velocidad y conducía como un desquiciado por la carretera. Pero Jean Pierre estaba a menos de ocho minutos de la casa de Amalia, y también llevaba la ventaja de que él vivía en la zona poco transitada del centro, y los Moore vivían en una estancia escondida pero de fácil acceso casi en las afueras de la ciudad. Estábamos fritos.

—Más o menos—contestó al mismo tiempo que un suspiro se escapaba de sus labios, casi pude verla entrecerrar los ojos y enrollar su dedo índice en un mechón de su rojo y rizado cabello—. Según lo que sabe Jean Pierre, Chloe y yo estamos en la clínica de tu madre porque a Alex le dio una baja de presión y probablemente esté atravesando un trastorno causado por abandono—explicó rápidamente mientras yo escuchaba con una atención extrema—. Mi mamá acaba de colgarle a la tuya, cuando tú espeluznante suegro llegue allá, ella le va a decir que nos volvimos a casa para vestirnos porque tenemos que ir al instituto—se detvo lo suficiente como para soltar el aire contenido y volver a aspirar—. Tienen el tiempo contado Jay, no pueden distraerse con nada, deben volver ahora mismo.

Respiré por inercia, sentía todos los músculos entumecidos y no me habría sorprendido al saber que había perdido todo el color de mi rostro mientras escuchaba el plan de Amalia.

Un baldazo de agua fría me cayó en la espalda al procesar mis propias palabras y pensamientos. Tenía que seguir un plan, y tenía un tiempo limitado de menos de treinta minutos a menos que no quisiera que mi novia saliera ilesa de eso. Mi novia secreta, que está comprometida a la fuerza con el hijo de puta más grande que he conocido. Mi novia, a la que su padre obliga a alejarse de mí. 

Jean Pierre Deveraux, mucho más que un simple embajador francés, comprometido con una niña rica heredera de un imperio hotelero. Un atacante en norteamérica.

Edward Walls, mucho más que el jefe de la policía de Florida. El jefe de uno de los clanes mafiosos dominantes en los Estados Unidos.

Amalia Mazzeratti, mi mejor amiga, la que tiene rencor a Italia y a su padre, un rencor que creí generado solamente por el maltrato que él había ejercido contra su madre cuando estaba embarazada. Abusada y callada por su propia sangre.

Theodore Jameson, mucho más que un simple criminólogo profesional nacido en Nevada. Hijo de una dinastía italiana liquidada, el único sobreviviente de una masacre brutal.

Jennifer White, una posible víctima de este mundo oculto tras una simple pantalla negra.

Chloe Deveraux. La mujer de mi vida. La mujer inalcanzable, a la cual amé hasta lo más profundo la noche anterior olvidándome de su apellido, de los problemas, siendo solo ella y yo. 

Este mundo. Un mundo vacío y sin ningún tipo de sentido. Un mundo del tamaño de una habitación, con mugre bajo la alfombra que cubre el piso y polvo detrás del empapelado de las paredes, baúles llenos de papeles con confesiones y fotografías espeluznantes y tétricas, impensables, telarañas en los pliegues de la cortina que cubre una ventana embarrada de mierda, una cerradura sellada con soldaduras para no precisar de una llave que pueda dar acceso a todo eso, para que los que están dentro no puedan salir y los que estén fuera no logren entrar.

Los secretos nunca terminan con la muerte. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora