CAPÍTULO I

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— ¿Vienes a rogar mi perdón, pequeña prostituta? —miró a la mujer que estaba arrodillada frente a él, llorando— ¿O vienes a tratar de sacarme dinero? Porque no quiero tener sexo contigo. —soltó una pequeña carcajada.

— P-Por favor... Deja en paz a mi familia-

— Tuviste tu oportunidad, pero al parecer también decidiste venderme con otros. —suspiró— Una pena, sabías dar buenas mamadas.

Tomó el arma sobre su escritorio y en cuestión de segundos, la mujer estaba muerta en el suelo, sobre un pequeño charco de sangre. Miró a sus hombres y estos, de inmediato supieron que debían limpiar aquel desastre.

— Y desháganse del maldito cuerpo. —abrió su caja de puros— Si hallan algún culpable, ustedes se irán de cabeza. —señaló a los dos varones.

— Sí señor. —asintió.

— Y ustedes dos, inútiles, vayan a esta dirección y maten todo lo que esté vivo. Luego, prendan fuego la maldita propiedad. —les anotó una dirección en un papel que luego les tendió.

Estaba agotadísimo y pocas eran las ganas que tenía de seguir aguantando estupideces. Él cobraba su dinero, y si no había, entonces se llevaba vidas. Le parecía lo más justo cuando aquellas pobres ratas no se comportaban debidamente.

Jungkook era egocéntrico, él se veía a si mismo como un dios, alguien capaz de decidir quién moría y quién vivía.

Claramente equivocado, pero cuando él estaba convencido era raro que alguien pudiese sacarlo de aquel estado. Mentalmente era demasiado fuerte.

Pero había algo aún más claro, y es que, quien pudiese traspasar aquella barrera que había en su cerebro, podría hacer y deshacer con él a su completo antojo. Aunque por el momento no había existido alguien que llamara tanto su atención ni que lo hiciera bajar del pedestal en donde se encontraba.

Jungkook es un jefe, un rey, un dios.

¿O no?

— Tengo ganas de desayunar fuera. —demandó mientras se acercaba a su chofer— Llevame a un buen lugar. Ya.

El silencioso hombre asintió mientras su jefe se subía al asiento de copiloto y otros dos hombres subían detrás y hablaban bajito entre ellos para no molestar al tatuado, quien era tan pocas pulgas que dolía.

Y dolía demasiado si tenía un mal día, pues repartía puñetazos a sus empleados a diestra y siniestra. A las mujeres no les levantaba la mano, pero de igual manera las insultaba de la punta de los pies hasta el último cabello en sus cabezas.

Él no era bueno.

Cuando Jaebeom estacionó fuera del tal lugar llamado Peach's Cafeteria, se sintió algo intrigado ya que había vivido toda su vida en Port City y jamás la había notado, aunque tenía colores exteriores vomitivamente pasteles.

Su opinión no cambió una vez que estuvo en su interior, pues también era ridículamente suave y lleno de familias con niños; pero todos calmados y soltando carcajadas ante chistes probablemente malos.

A la vez, su nariz percibió el dulce aroma a melocotón que uno de los meseros emanaba. Era un perfume particularmente fuerte pero a él le quedaba de maravilla. Y al verlo de lejos, pudo concluir en que tenía un buen, buenísimo trasero, lindas piernas, buena cintura... Bueno él, era completamente su tipo a la hora de tener sexo.

Claro que se lo hizo saber.

— ¿Puedo tomar su órden? —preguntó con voz suave y una mirada alegre— ¿Necesitan más tiempo?

Jimin sabía quién era él; un mafioso reconocido y temido en toda la ciudad, aunque según su pensamiento, Jeon Jungkook no era la gran cosa y claro que no lo intimidaba.

CHANGES - KOOKMIN SHORTFIC [TERMINADO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora