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Eddie te echó una mirada cargada de total... ¿decepción? ¿tristeza? ¿enfado? realmente no sabías con exactitud cuál podría describirlo mejor, pero tu codo fue a parar con violencia hacia el pecho del pelirrojo detrás de ti.
—¿Qué carajos crees que haces? —preguntaste con rabia alejándote de su regazo y dando un manotazo donde segundos antes había ido parar tu codo.
—¡Lo siento, yo creí...!
—Y una mierda.
Chance y su chica reían por lo bajo, Andrew se rascaba la nuca arrepentido y tú sólo buscabas a tu mejor amigo con la mirada.
Tus ojos se encontraron con los de Steve, que te observaba con una ceja alzada y un gesto que describía la confusión que atravesaba su pobre mente en esos momentos. Caminaste hacia él y antes de que pudieras decir algo Robin señaló la puerta ladeando su cabeza.
La abriste evitando chocar con el tumulto de gente y visualizaste a Eddie caminando hacia su camioneta.
—¡Eddie! —gritaste atravesando el jardín.
El aludido giró y se limitó a rodar los ojos antes de continuar con su paso.
Apresuraste tus pasos con temor de no alcanzarlo cuando lo viste abrir la puerta del conductor. No sabías por qué tenías la necesidad de darle explicaciones. A decir verdad, no debías hacerlo. Pero en el fondo tenías en claro qué era lo que realmente sentías por él y por qué estabas tan desesperada en hacerle entender que aquello era todo un malentendido.
Alcanzaste la camioneta en el momento en que tu mejor amigo estaba haciendo girar la llave y abriste la puerta del acompañante sin pensarlo dos veces.
—¿A dónde vas? —preguntaste con inseguridad.
Eddie se encogió de hombros sin siquiera mirarte y giró nuevamente la llave, poniendo en marcha el vehículo.
—Eddie, te estoy hablando.
—Cierra la puerta.
—No te irás.
—¿Para qué quieres que me quede? ¿para ver cómo...? —golpeó ligeramente el volante con su mano izquierda y te miró por tercera vez en la noche —Cierra la puerta.
—Bien —dijiste con convicción, subiéndote a su furgoneta y cerrando la puerta detrás.
Eddie restregó su rostro viendo tus movimientos y se acomodó en el asiento, apagando el motor.
—Vuelve allí t/n.
—No.
—¡Vuelve a la estúpida fiesta!
—¡No quiero!
—¡¿Por qué no?! hace unos minutos parecía que la estabas disfrutando.
—¡Sigues celoso! —exclamaste nuevamente. Y no te equivocabas. La sangre de Eddie hirvió en sus venas al verte sentada en el regazo de Andrew y tuvo que controlarse en demasía para no adornarle el rostro a puñetazos, pero luego la verdad que pasó por su mente le cayó como un balde de agua fría: no podía reclamar nada. Porque tú y él no eran nada más que amigos.
