Cárcel

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Las pesadas cortinas se abrieron de par en par y la luz que entró en la habitación cegó sus ojos violentamente. Los cerró con fuerza.

"Buenos días, su majestad", alcanzó a oír al otro lado de la habitación. Aunque su tono era dulce y amable, ella sabía que enmascaraba una advertencia... ¡Levántate!

Allí todo sonaba como una amenaza.

Sonrisas, flores por doquier, vestidos nuevos y joyas. El Príncipe se había encargado de que nada le faltara. Pero, ¿como podía sentir que nada le faltaba, si no tenía aquello que más anhelaba?

Libertad...

El anillo de compromiso era hermoso, elegante y brillaba tanto que parecía emanar luz propia... pero algo en él, le parecía repulsivo. Como si hubieran arrancado el anillo de un cadáver putrefacto.

En realidad todo allí tenía una extraña aura de putrefacción y enfermedad. "Mi hogar" pensó con ironía.

El corset se ceñía con malicia al rededor de su cintura, los zapatos eran demasiado duros, las joyas se incrustaban en su piel y se sentía asqueada cada vez que alguna de las doncellas debía tocarla.

Era el día de la boda.

La ceremonia sería por la mañana y la fiesta duraría hasta el atardecer, cuando marido y mujer se retirarían a su luna de miel... Nada "sabía" más a mentira que aquello... "Luna de miel".

A medida que avanzaba por el corredor su corazón se aceleraba y el nudo de su garganta se hacía cada vez mayor. Los invitados la observaban expectantes y el futuro Rey le ofrecía una enorme sonrisa. Una enorme sonrisa, pero no era para ella...

Algunos podrían imaginar que la princesa estaba ansiosa por cautivar a su prometido y que aquellos síntomas eran causados por los nervios y las mariposas en el estómago... pero desde su llegada a palacio se había sentido aprisionada, rodeada de espectros y mentiras. Las mariposas de su estómago estaban muertas y sus alas se pudrían lentamente.

La ceremonia transcurrió en un extraño entumecimiento, hasta el momento de responder "Acepto".

Aquella palabra salió entrecortada y al oírla, una violenta oleada de nauseas y pánico la inundaron... Ella no aceptaba casarse con él, había sido obligada al fallecer su padre. Sabía que aquella unión solo serviría para unir ejércitos y arremeter contra pueblos inocentes.

Al decir "acepto" había entregado las llaves de su propia cárcel, había ofrecido su libertad, su vida, a un vil carcelero que no la amaría, ni la cuidaría en la salud, muchísimo menos en la enfermedad... Un hombre que precisaba su acepto para reinar. Un hombre que no sería nada de no ser por ella. Pero ahora ella no era nada...

Esa noche en los aposentos, el Rey la desnudó sin cuidado, con hambre en la mirada. Parecía un tigre jugando con su presa antes de devorarla. La lanzó contra la cama, se desnudo velozmente y arrojo su cinturón al lado de la princesa, como si ambos fueran objetos del mismo valor... Ella quiso incorporarse, resistirse, pero él ya estaba presionando su cuerpo desnudo contra el de ella.

Sujetó su rostro con fuerza, acercó los labios a el lóbulo de su oreja, le susurró "¿Lo ves? Ya eres mía" y la besó. Era un beso áspero, mojado y asqueroso, lleno de rabia y dolor.

El Rey comenzó a besarle el cuello, obligándola a mirar hacia un costado. "El cinturón" se sobresaltó la princesa. Entrelazó sus dedos en el cabello del hombre, fingiendo placer. Arqueó su espalda y soltó un pequeño gemido cuando su lengua se posó en uno de sus pezones. Presionó su mano en la nuca de su esposo, obligándolo a mantenerse allí, lamiéndola como si fuera un hueso.

Con su mano libre logró tomar la daga del cinturón y sin dudarlo, la enterró en el blando cuello de su majestad.

La muchacha quedó allí tumbada, sobre unas sábanas de seda, mirando el dosel de la cama, sintiendo como la sangre del Rey empapaba su piel... Quedó estupefacta al ver lo rápido que llegaba la muerte.

Él no la había visto con temor antes de desvanecerse, ni había oído como se ahogaba con su propia sangre fluyendo a borbotones como un manantial carmesí... No había visto a una mujer de negro llevarse su alma, ni había oído un suspiro final en el momento que el espíritu se escapaba de su cáscara mortal.

Solo se había ido y ya...

Desnuda y ensangrentada, la Reina se dirigió al salón principal. Todos la observaban estupefactos, sin saber reaccionar... Ella parecía inundada de un poder sobrenatural.

Observo lentamente a todos y cada uno de los presentes. El collar de diamantes que colgaba entre sus pechos desnudos, parecía ser de rubíes. Gotas de sangre mancharon la corona del Rey cuando ella la tomó. Se paró frente al trono, se colocó la corona y se sentó lentamente, en un gesto de poder y arrogancia.

"¡Ahora mando yo!" vociferó. Y todos en la estancia se inclinaron con obediencia, frente a su nueva Reina.

Antología de una Mente ErráticaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora