Etéreo

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"Al caer, el sonido de su cuerpo chocando contra el agua helada, fue ensordecedor..."

La joven llevaba un mes en altamar. Uno que había sentido como una eternidad.

Ella siempre había sido una buena hija y en su vida no había faltado nada... pero la constante sensación de vacío, la hacía sentir inerte. Un vacío que solo se llenaría con libertad.

Era la hija de un Duque muy querido por el Rey. Siempre le habían dicho qué hacer y cómo actuar. Qué vestir, qué decir, qué comer. Y esa era la vida que ella conocía, no le parecía nada más que molesto... hasta que anunciaron su compromiso con el Príncipe. El odioso, malcriado, déspota, violento Príncipe.

Ese día decidió huir.

Tomo el dinero y las joyas que pudo meter en su bolsa y salió con lo puesto, escondida entre las sombras y la oscuridad de una noche sin luna.

Llegó al puerto y se acercó a un navío mercante... o eso creía. Al caer la noche los barcos siempre estaban vacíos y las tabernas siempre estaban llenas, así que era un buen momento para meterse de polizón.

La noche estaba tan negra que incluso el exterior era difícil de apreciar, así que cuando bajó las escaleras, debió andar a tientas en una completa ceguera.

Se las ingenió para encontrar un rincón en donde acomodarse y dormir sin que la descubrieran o algún borracho se tirara sobre ella, ni que las ratas intentaran comerse los dedos de sus pies mientras dormía. Todo estaba muy húmedo y sucio y aunque ella y su espíritu aventurero creían que iba a poder conciliar el sueño, no fue así.

Se mantuvo en un incómodo y profundo silencio, pero su corazón latía acelerado al pensar en su nueva vida.

Poco a poco esa oscuridad comenzó a desvanecerse y ella se quedó dormida.

Horas más tarde se despertó con el leve murmullo de voces a la distancia y el sonido de las olas rompiendo contra el casco del navío. Aún estaba a oscuras, pero esas sombras ya no eran impenetrables, así que supuso que era de día. Se encaminó hacia la cubierta con el mayor sigilo posible y no tardo en darse cuenta de que estaban en altamar, ya que se tropezaba torpemente a cada paso.

Salió de la bodega y se dirigió a los camarotes cuando un marinero la vio. Por algunos segundos ambos se observaron fijamente. El hombre estaba desencajado, pero al reaccionar se abalanzó sobre la joven, que fue apresada con gran facilidad, pues el marino estaba acostumbrado al piso meciéndose bajo sus pies. 

Ella comenzó a gritarle al hombre que la soltara, que debía hablar con el capitán: "No puede hacerme daño, señor. Exijo hablar con su capitán, ¡esto es una equivocación!"

Fue entonces cuando el hombre la miró y sonrió con malicia... y sus tres dientes podridos hicieron sonar una alarma en su cabeza.

Él la arrastro a cubierta, la luz del sol la encegueció y lo único que podía percibir eran exclamaciones de sorpresa y burlas. Sus ojos comenzaron a acostumbrarse al exterior y lo que vio la paralizó de miedo.

Ninguno de aquellos hombres lucía el traje de la marina real, sino que se veían sucios y desalineados... y muchos de ellos iban descalzos. Todos habían dejado sus tareas para observar a la joven de vestido azul.

Un hombre alto, fornido y lleno de cicatrices se acercó, mientras la llevaban hacia la popa, y le arrebató la bolsa. Ella se resistió y se quejó, pero la presencia de aquellos hombres le presionaba el pecho y no le permitía gritar.

Al llegar frente al timón vio a un hombre alto, de piel dorada y curtida por el sol, un traje y un imponente sombrero que ocultaba su rostro. Si antes tenía alguna duda, al ver al Capitán se desvaneció. Se encontraba en un barco pirata.

Antología de una Mente ErráticaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora