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Cuando abrí los ojos, lo primero que vi fue a él.

Ya estaba despierto. Había querido que se despertara con mi sonrisa, pero anoche, todo mi cansancio me golpeó como un gancho de derecha. Había luchado por mantenerme despierto, pero todas esas horas sin dormir, de mirar al techo, de pensar en Temo, me aplastaron.

Lo último que recuerdo es que sostuve su mano mientras lo miraba fijamente a los ojos. Me pareció recordar sus labios rozando mi frente.

Un atisbo de sonrisa cruzó la cara de Temo, algo nervioso, allí y luego desapareció.

—Hola.

Acaricié su mejilla. —Buenos días, precioso —dije justo antes de besarlo, profunda y lentamente, y con mucha seguridad. Parecía aturdido cuando terminé. Parpadeó, con los ojos como búhos y muy abiertos, labios entreabiertos, el labio inferior reluciente.

Ese fui yo. Éramos nosotros.

—Todavía me estoy enamorando de ti.

Temo me atrajo hacia él y me besó hasta que se me curvaron los dedos de los pies.

Hizo el desayuno de nuevo, y esta vez sí rodeé su cintura con mis brazos y enterré mi cara en su cuello. Me dio trozos de huevo revuelto y tocino crujiente por encima de su hombro. Dejé caer besos en una línea desde su pelo hasta el cuello de su camiseta.

—¿Esto está bien? —Murmuré. Mis manos se posaron en su estómago, por encima de su cintura y de su camisa. Me balanceé con él en mis brazos, mi barbilla enganchada sobre su hombro.

—Sí. —Su mano aterrizó encima de la mía—. Más que bien.

—Soy una especie de estrella de mar cuando me gusta alguien. —Especialmente con él. Ahora que podía, quería tocarlo todo el tiempo. Tenerlo en mis brazos y acercarlo, besar su cuello y acariciar su cabello y respirar su aroma. Me gustaba la cercanía, el contacto físico. Ansiaba estar cerca de él.

Me besó la mejilla y sonrió. —Me gusta.

Comimos en el mismo plato, dándonos mutuamente huevos, tocino y tostadas con mantequilla mientras estábamos de pie bajo los rayos de sol que caían por las ventanas de la cocina.

—Es un día maravilloso —dijo.

—Vamos a hacer algo fuera. —Lavé nuestro plato, nuestro tenedor, la sartén—. ¿Cómo está la piscina?

—Todavía hace suficiente calor para nadar. ¿Quieres que te preste un traje?

Tal vez en el futuro nos bañaríamos desnudos ahí fuera, pero el día después de prometer que lo tomaríamos con calma y tranquilidad, y con nuestros hijos a punto de llegar a casa esa tarde, no lo era. Sin embargo, podía imaginarlo. Él desnudo en las escaleras de la piscina, yo en equilibrio sobre él, besándolo mientras me sentaba en su regazo. Sus muslos desnudos contra mi culo, mi polla dura y dolorosa empujando contra su vientre, y su...

—Sí. —Me aclaré la garganta—. Sí, si tienes uno, me encantaría tomarlo prestado.

El traje de Temo dejaba al descubierto más de mí que los pantalones cortos que tenía. Eran más cortos en la pierna, un poco más anchos en la cintura, y se deslizaban escandalosamente bajos sobre mis caderas, casi revelando la salvaje maraña al final de mi camino feliz. Tendría que hacer algo al respecto ahora que había alguien que, algún día, querría echar un vistazo ahí abajo de nuevo. Me había olvidado de esas cosas hace mucho tiempo.

Até el cordón lo más apretado que pude y lo encontré en el patio trasero.

Ya estaba sentado en el borde de la cubierta de la piscina con los pies colgando en el agua. Llevaba el mismo traje que le había visto usar en el lago, esta vez con una camiseta en lugar de una camisa de surf. Mis pasos vacilaron en el camino para unirme a él. ¿Debería haberme puesto una camiseta? Ya me había visto sin camiseta, pero entonces no estábamos juntos.

you and me | aristemo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora