Capítulo 25

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La corta carrera del salón a la biblioteca, con un centenar de miradas de testigo, me robó el aliento

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La corta carrera del salón a la biblioteca, con un centenar de miradas de testigo, me robó el aliento. Ansiosa contemplé la hora en mi celular, aceleré el paso en el último tramo para no retrasarme y en medio de mi distracción me llevé a alguien de encuentro. Apenas logré mantener el equilibrio apoyando las manos en su pecho. Alcé la mirada dispuesta a disculparme y seguir mi camino, pero lo olvidé cuando identifiqué esa sonrisa.

—Un poco más y volarías, Cuervo.

Un comentario muy a su estilo.

—¿Ya llegó alguien? —pregunté ansiosa, alzándome de puntillas para ver a su espalda.

—No, aún falta media hora —me recordó. Asentí con la cabeza en las nubes. Sí, era temprano. Percibí su mirada risueña analizándome—. Tranquila, no tienes que hacerlo si no quieres —mencionó comprensivo, confundiéndome.

—No, sí quiero —afirmé. Volví a mirar al interior de la habitación—. El lío es que no sé cómo —me sinceré en un susurro.

No sabía nada del club, tampoco me sentía parte de él. Tenía miedo que en lugar de levantarlo, terminara de aniquilarlo.

—No es tan difícil —me tranquilizó alcanzándome, caminando a mi costado mientras yo revisaba las mesas vacías—. Como no teníamos ninguna actividad planeada para hoy, pensamos que podríamos hablar un poco de lo que significó el club para nosotros y al final agregar acciones que pueden ayudar a mejorar la convivencia de todos —me platicó.

—Como una exposición de Alcohólicos Anónimos —deduje.

Nicolás dejó ir una sonrisa, no de burla ante mi tonto ejemplo, sino llena de ternura.

—Me asusta un poco la comparación, pero sí, se le acerca bastante.

—¿Qué es lo que puedo hacer yo? —lo interrumpí impaciente. Sabía que era una gran oportunidad para él, quería ayudarlo de alguna manera. Podía hacer lo que me pidiera.

—Escuchar, escuchar es el primer paso para despertar la empatía —mencionó. Intenté no sentirme una inútil por mi falta de acción, porque en el fondo sabía tenía razón. A veces la paciencia para oír el sentir de otros mueve montañas. Asentí, prometiendo en silencio no lo metería en líos—. Muchas gracias por estar aquí, Cuervo —soltó de pronto, enternecido, al percibir mis genuinos deseos de darle una mano.

Mis mejillas se calentaron ante su dulce mirada.

—Yo te metí en este problema, lo menos que puedo hacer es sacarte de él —concluí encubriendo mi lado sensible.

Nicolás negó sonriendo, quise escapar de su mirada que podía leer mis verdaderas intenciones, pero no di ni un paso cuando extendió su brazo, impidiéndome el paso. Fruncí las cejas, sin entender a qué jugaba, y cuando giré para preguntar qué sucedía, me regaló un adorable beso que me hizo sonreír. Esa era su forma de darme las gracias por algo que hacía de corazón.

Todos quieren ser Jena CuervoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora