Capítulo 15

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Clavé la punta de mis botas altas al descender de mi vehículo

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Clavé la punta de mis botas altas al descender de mi vehículo. No tuve que caminar mucho porque había reservado un lugar privilegiado, bastaron unos pasos para cruzar la entrada donde robé muchas de las miradas. Acomodé mi cabello a sabiendas tenía un centenar de ojos sobre mí. Ninguna inseguridad se coló porque me había esmerado en lucir espectacular. Botas altas, falda negra con una pequeña abertura al costado, un top de lentejuelas plateadas, labios rojos y un cabello de comercial con ondas que me costaron más de una hora.

Busqué entre la gente, que se movía de un lado a otro sin control, un rostro familiar, y por desgracia lo encontré. Camila que se aproximó con una enorme sonrisa, apenas reparó en mi llegada.

—¿Qué te parece, Jena? —preguntó abriendo los brazos, deseosa de aplausos, mostrándome su obra maestra.

Estudié a detalle nuestro alrededor. Había bajado un poco la iluminación para que las luces de colores bailaran en las paredes. Al fondo, cerca del ventanal principal, que daba al jardín y la piscina, se hallaba una mesa donde desfilaba toda clase de bebidas y aperitivos. Noté que con el claro objetivo de hacer alarde de su posición compró lo más caro que encontró.

—Eres buena anfitriona —reconocí, felicitándola.

Camila me sonrió como si la hubieran nombrado reina de Inglaterra.

—Y no es por presumir, pero también conseguí acudieran las personas más importantes de la zona —remarcó sin pizca de modestia. Revisando no encontré nada extraordinario, pero si ella lo creía así, ¿quién era yo para desencantarla?—. Hasta acudió todo el equipo de fútbol —remarcó emocionada.

Rodeé los ojos porque me costaba creer a esas alturas del partido no se diera cuenta que eran unos traidores de lo peor. Esa misma noche obtuve la prueba, porque no habían pasado ni cinco minutos cuando me abordó Mario, el mejor amigo de Ulises, ese que le seguía a todos lados, con una sonrisa que dejaba claro sus intenciones.

—Feliz cumpleaños, Jena. Tú te pones más guapa cada año que pasa —me saludó con un halago.

—Lo sé —resolví sin impresionarme. No era ciega. Tenía muchos espejos en casa que me lo repetían. Y honestamente mientras me arreglaba lo último que me pasó por la cabeza es que él lo reconociera.

—Me encantaría tener tu autoestima —añadió queriendo sonar divertido.

—Te aseguro que sí —respondí mordaz. Aún así no se marchó. Capté su juego. Me acomodé para verlo mejor, cruzándome de brazos—. Ahora dime, ¿dónde dejaste a tu eterno compinche? ¿Te envío para espiarme? —pregunté directa, sin darle vuelta, porque estaba claro que su inusual amabilidad tenía algo detrás.

Se encogió de hombros dibujando una media sonrisa.

—No sabe que estoy aquí —confesó.

—Wow, que chico tan malo.

Todos quieren ser Jena CuervoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora