Capítulo 14

887 135 164
                                    

—Primera regla: no hables con ellas

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

—Primera regla: no hables con ellas.

Era una tranquila tarde de jueves la que decidí cumplir mi palabra y guie a un entusiasta Nicolás al entrenamiento. Despojándome de la liga en mi muñeca, até mi cabello en una coleta alta para que no me estorbara. Ya había cambiado mi minifalda y botines por mi uniforme de porrista.

Nicolás, que no se había olvidado de nuestro trato, me había interceptado en el pasillo y ahora caminaba a mi costado, bajo las miradas curiosas del resto. Aunque entendían nuestra forzada cercanía no dejaban de buscar un detalle que sirviera para esparcir rumores.

Nicolás asintió entendiéndolo, percibí su intensa mirada sobre mi hombro. No lo entendí. Le pregunté en silencio qué sucedía, pero él continuó con los labios apretados. Tardé en comprender.

—Conmigo sí —aclaré, aunque su sonrisita delató solo estaba tomándome el pelo.

—¿Es una especie de código?

—No, solo que no quiero que sientan pena por mí al saber lo que debo lidiar contigo a tiempo completo —me excusé. Me robó una sonrisa cuando Nicolás se llevó las manos al pecho, dramatizando le había roto el corazón. Debería estar en el grupo de teatro—. Segunda regla: no mires más de la cuenta. No me importa quién seas, si resultas ser un depravado terminarás con un puño en la cara y una patada en el trasero —le advertí.

—Hecho.

—Tercera: no las distraigas —le exigí—. No me importa si el mismísimo Leonardo DiCaprio está en las gradas, su atención es solo mía durante los sesenta minutos.

—Wow, ¿acabas de compararme con un galán de cine? —bromeó, exagerando su incredulidad. Nicolás amaba sacar de contexto cualquiera de mis comentarios.

—¿Se te olvida que en los circos también hay payasos?

—Cuervo, hoy estás un poco salvaje.

Había dos cosas destacables. Nicolás había comenzado a llamarme así, primero solo para llevarme la contraria, pensando que se trataba de un simple juego, y por sorpresivo que pareciera estaba resultando menos tormentoso y más familiar. Eso sí, nadie más tenía permitido usarlo. El otro extraño hecho fue que ese día estaba de excelente humor, al grado que creí nada podía echarlo abajo.

Nada, excepto toparme a Ulises bajando los escalones que daban al patio. Maneras de arruinar un día perfecto, parte uno. Llevaba la mochila al hombro, una chaqueta de mezclilla que valía más que su arrogante sonrisa y el cabello peinado con el suficiente gel para dejar un par de aparadores vacíos en el supermercado. Analizándolo me pregunté cómo alguna vez consideré atractiva su mirada mezquina. Esa misma que perdió el interés en mí apenas recayó en mi acompañante.

Pasé la mirada de uno a otro, notando no compartían un solo rasgo. Mientras los ojos de Ulises persistieron en Nicolás con aire intimidante, ese que tantas veces me había servido, Cedeño apenas logró sostenerle la mirada. Noté la forma en que sus dedos jugueteaban nerviosos dentro de la bolsa de su sudadera ante la actitud de Ulises, tan seguro de sí mismo, que parecía nadie podía pasar por encima de él. Nadie, excepto yo.

Todos quieren ser Jena CuervoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora