Capítulo 18

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Desperté

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Desperté. Limpiándome las lágrimas caí en cuenta de dónde estaba. Mientras mi respiración se mezclaba con los truenos, la música de la fiesta retumbaba en el otro extremo de la calle. Mi fiesta. Apreté los puños echando la mirada a la casa de Camila, llena de gente ajena a mi desastre.

Camila.

Un trueno pareció sacudir la tierra mojada donde la punta de mi tacón se enterró cuando regresé, hecha una furia, arremolinando el aire a mi alrededor. Varias miradas se clavaron en mí extrañada al verme cruzar la puerta con el aspecto de un espectro, empapada, con el maquillaje corrido y la quijada apretada, pero la atención negativa pasó a segundo plano al distinguir a la anfitriona platicando de buen humor con uno de los jugadores del equipo de fútbol.

Tal vez fue contemplarla divirtiéndose, quitada de la pena, mientras yo me quería arrojar de un puente lo que me hizo acortar la distancia entre las dos a grandes zancadas y tomarla del brazo, obligándola a mirarme. Horrorizada estudió mi aspecto, palideció como si hubiera visto un muerto.

—¿Qué te...?

—Tú y yo vamos a hablar —le exigí sin ponerlo a debate, arrastrándola por la fiesta hasta la cocina ante la mirada de decenas de chismosos que no podían creer Jena Abreu tuviera el aspecto de un fideo.

Cerré de un portazo tras de mí, haciendo retumbar las paredes, en una indirecta nada sutil, que dejaran de meterse donde no los llamaban. Entonces sí, al deshacerme de los testigos, me concentré en mi verdadero problema.

Si las miradas mataran estaríamos en pleno funeral.

Camila se encogió como un ratón cuando lo tomé de los hombros para que no escapara.

—Tú eres la culpable de todo —le eché en cara.

Por invitarlo a la fiesta, por jugar con él, por poner mis nervios al límite. Todo lo había hecho a propósito.

—Si hablas de que tu nueva conquista se arruinó, te recuerdo que yo no te puse una pistola en la cabeza para que hablaras pestes de él —argumentó.

Y a mi pesar tenía razón.

Derrotada la liberé, entendiendo era inútil culparla de mi crimen. Notando no pude defenderme, dibujó una sonrisita, ahora que el alivio había llegado también lo hizo la burla al repasarme de pies a cabeza.

—Si te haces llamar mi amiga mínimo deberías hacer un esfuerzo por disimular tu satisfacción —mencioné irritada por su desfachatez.

—¿Es una broma? —lanzó divertida—. Tú sabes mejor que nadie no es personal, Jena. En las amistades hay que ser sinceras, ¿no? Siempre me lo decías —dijo en venganza. Su mueca se ensanchó triunfante—. Tú me enseñaste las reglas de este juego.

Admirando su confianza, que la hacía resaltar más que el blanco de todas las cocinetas que la rodeaban, tuve que reconocer que Camila era más astuta de lo que imaginé, pero no lograba alcanzarme.

Todos quieren ser Jena CuervoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora