CAPÍTULO 1

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Al mirar la hora, di un leve suspiro de alivio. Mi clase estaba a punto de comenzar y, por suerte, ella no había hecho acto de presencia. Por lo general, desaprobaba que mis alumnos faltaran a clase, pero por lo visto la cosa había cambiado mucho desde el inicio del semestre de primavera, cuando ella entraba con aire despreocupado en el aula, irritándome cada dos por tres.

Volví a mirar mi reloj. Hora de empezar.

Entonces la puerta se abrió bruscamente y mi buen humor se desvaneció.

Cómo iba a faltar a clase. Sería la primera vez.

Entró a la sala con su habitual aire danzarín, con unos auriculares absolutamente descomunales, meneando la cabeza al ritmo de la música. ¿Acaso era mínimamente consciente de las miradas que despertaba? ¿Le importaba?

Probablemente no, dado el atuendo—por llamarlo de alguna manera— que elegía. Las botas militares que calzaba estaban gastadas y sin lustre, llevaba unas medias negras llenas de agujeros, una falda diminuta y, por si fuera poco, le había recortado el escote a la blusa de manga larga, de modo que el hombro le quedaba al descubierto. Mis ojos se posaron ahí, notando la ausencia de un tirante de sujetador.

Los muchachos del fondo también se fijaron, y la siguieron con la mirada en su recorrido, mientras sus movimientos hacían patente que definitivamente no llevaba nada debajo de la ceñida blusa. Al levantar la vista hacia ella, nos cruzamos la mirada fugazmente. Me dedicó una amplia sonrisa con un guiño. De repente, sentí que la camisa me apretaba el cuello y tuve que reprimir el impulso de quitármela de un tirón.

Cuando pasó como si tal cosa por delante de mi mesa, fingí que miraba la hora. Imponía demasiado a tan corta distancia... Esos labios rojos y todo ese tono negro que llevaba impregnado en los ojos. Era como mirar a un mimo en versión distorsionada.

Yo no entendía por qué decidía presentarse con esa facha cuando, por lo demás, era bastante linda. Tenía buen aspecto, los ojos marrones y pequeños, y una larga y brillante melena castaña. Pero nunca se dejaba el pelo suelto. Ese día parecía que se había enrollado el cabello con una batidora antes de sujetárselos en la cabeza con una pinza.

Su aspecto no era lo único que me fastidiaba. La chica no parecía tener ninguna consideración por el hecho de que yo fuera su profesora, ni por la manera con la que se suponía que debía comportarse en mi presencia. A menudo me llamaba Lisa, a pesar de que la corregía cada vez que ocurría. Yo no era Lisa cuando daba clase y esperaba que mis alumnos se dirigieran a mí con el tratamiento de señorita Manoban. Ni que decir tiene que mis expectativas se veían truncadas en lo que se refería a esa irritante joven. Ese día había sido prácticamente la primera vez que me había guiñado el ojo y yo no había tenido la menor idea de cómo reaccionar en esa coyuntura. Ella era totalmente impredecible, lo cual me ponía nerviosa. Nunca dudaba en interrumpirme en clase si estaba disconforme en algo.

¿Y cuándo estaba conforme en algo?

Jamás en mi vida había conocido a una chica tan intolerante y testaruda hasta la exasperación. Tenía ganas de que acabase el semestre para poder perderla de vista de una vez por todas. Era lista —eso era innegable— y yo estaba convencida de que aprobaría la asignatura con nota alta. Se sentó en primera fila, como siempre, y la observé mientras dejaba el bolso en el suelo. El movimiento hizo que el escote de su blusa, de por sí holgado, se deslizara por debajo del hombro, dejando aún más al descubierto su pálida piel.

Eso me molestó más si cabe que sus continuas interrupciones y su reprobable conducta. ¿Por qué no vestía como Dios manda? Sería una jovencita encantadora si se pusiese una falda con un largo decente y, tal vez, una blusa de seda. Pero, por lo visto, se empeñaba en ir como una pordiosera, echando a perder sin remedio mi buen humor. A mí me gustaban el orden y la previsibilidad, y con ella en mi clase no podía disfrutar de ninguna de las dos cosas.

PARA SIEMPRE - 𝑱𝑬𝑵𝑳𝑰𝑺𝑨Donde viven las historias. Descúbrelo ahora