CAPÍTULO 4

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La señorita Kim salió sonriente del coche y yo me vi siguiéndola escaleras arriba hacia su apartamento, como si de repente mis piernas hubieran adquirido vida propia.

¿Qué estoy haciendo? No debería hacer esto.

—Pasa —dijo al abrir la puerta.

Me recibió un olor dulzón que parecía impregnar el ambiente. No desagradable, pero desde luego exótico.

¿A qué huele? ¿A flores?

Al entrar miré a mi alrededor y me quedé horrorizad en el acto. Su casa era una auténtica leonera.

Era pequeña, con solo tres habitaciones, o al menos hasta donde la vista me alcanzaba: una cocina diminuta, un baño y una amplia sala que hacía las veces de dormitorio y cuarto de estar. Me quedé mirando su cama preguntándome en qué demonios estaría pensando al decorarla. La cama, ataviado con una colcha de color morado oscuro y enormes cojines en tonos dorados, rosas y morados, parecía sacado de una versión pornográfica de Las mil y una noches. Hasta tenía un dosel. A los pies de la cama había un arcón de madera con quinqués de aire exótico en la misma gama de tonalidades y un soporte para incienso.

Ah, de ahí el olor.

Me di la vuelta hacia ella, que claramente estaba a la espera de que me pronunciase sobre esa monstruosidad.

—Su cama es muy..., eh..., interesante —comenté, lo cual fue lo más amable que pude decir al respecto.

—Gracias. —Sonrió—. Sé que es un pelín extravagante, pero me gusta tener un sitio bonito donde dormir. —Encendió las velas de los quinqués y volvió a mirarme—. Y hacer otras cosas aparte de dormir —añadió.

Parpadeé varias veces, tratando de averiguar si era consciente de la insinuación de su comentario. Parecía estar totalmente a sus anchas, prendiendo una vela tras otra, como si se tratase de una conversación de lo más normal.

—¿Te apetece tomar algo, Lisa? —preguntó, y apagó la cerilla de un soplo.

Me quedé perplejo, de nuevo. Jamás me había encontrado en una situación parecida.

—P-por eso estoy aquí —titubeé—. Me ha invitado a tomar algo.

—Efectivamente. ¿Vino? ¿Cerveza? ¿Café? ¿Té? —Me bombardeó con las opciones.

—¿Qué va a tomar usted? —pregunté finalmente.

—A ti —respondió con una sonrisa.

¿Qué ha dicho? Las mujeres no dicen semejantes cosas en la vida real. Debo de haberla entendido mal.

—Y vino, creo —añadió de camino a la cocina.

Eché un vistazo a mi alrededor en busca de las cámaras ocultas, con la sensación de estar en un episodio del programa de la NBC A la caza del depredador —con la salvedad de que yo no era un depredador—. No encontré ninguna, solo desorden. A diestro y siniestro.

¿Cómo puede vivir así?

La obsesionada del orden que había en mí estaba al borde de un leve ataque de pánico.

Estaba claro que la chica iba desperdigando todo tipo de cosas a su paso. Mirase donde mirase, reinaba el caos: libros apilados sin orden ni concierto en cualquier superficie, prendas sueltas dejadas de cualquier manera sobre las sillas, y un pequeño escritorio a rebosar de papeles y más libros. El apartamento no estaba lo que se dice sucio, solo desordenado, y no me gustaba nada. Todo parecía un tanto deteriorado salvo su ordenador portátil y otros aparatos electrónicos, que tenían un aspecto flamante. Salió de la cocina y me tendió una copa de vino tinto; reparé en que la suya no hacía juego con la mía.

PARA SIEMPRE - 𝑱𝑬𝑵𝑳𝑰𝑺𝑨Donde viven las historias. Descúbrelo ahora