III

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En la noche no consigo dormir. Para comprender las cosas, es preciso reflexionar sobre ellas.
Estos hombres han sido engrillados por el magistrado, abofeteados por el señor del lugar, han visto a sus mujeres cogidas por los alguaciles de la corte de justicia y a sus padres y madres suicidarse para escapar de los acreedores, pero nunca mostraron rostros tan espantosos, tan feroces como las que les vi ayer.
Lo más extraño de todo fue esa mujer que le pegaba a su hijo en plena calle, gritándole <<¡Muchacho cochino! Deberías comerte unos cuantos pedazos, para que se me pasara la rabia!>>. Al decir esto. Me miraba a mí. Me sobresalté, incapaz de dominar mi emoción, mientras la banda de rostros lívidos y colmillos aguzados estallaba en risas. El viejo José llegó de prisa y me condujo por la fuerza a la casa.
En casa, los miembros de la familia fingieron no reconocerme; sus miradas eran semejantes a las de la gente de la calle. Entré en el escritorio y ellos echaron el cerrojo, igual que cuando se encierra en el gallinero a una gallina o un pato. Este incidente es aún más inexplicable; verdaderamente no se lo que pretenden.
Hace algunos días, uno de nuestros arrendatarios de la aldea de los Lobos, al venir a informar sobre la sequía que reina en el campo, contó a mi hermano mayor que los campesinos habían dado muerte a un conocido criminal del lugar. Luego, algunos hombres le arrancaron el corazón y el hígado, los frieron y se lo comieron, para criar valor. Los interrumpí con una palabra y mi hermano y el labrador me lanzaron muchas miradas raras. Hoy comprendo que sus miradas eran absolutamente iguales a la de los hombres de la calle.
Solo de pensar en ello me estremezco de la cabeza a los pies.
Si comen hombres, ¿por qué no habrían de comerme a mi?
Evidentemente esa mujer que <<Quería comerse unos cuantos pedazos>>, la risa del grupo de hombres lívidos, con colmillos aguzados, y la historia del arrendatario son índices secretos. Sus palabras están envenenadas, sus risas cortan como espadas y sus dientes son hileras de resplandeciente blancura; si, son dientes de comedores de hombres.
Yo no creo ser un mal sujeto, pero desde que me metí con el libro de cuentas de la familia Gu, no estoy seguro de nada. Se diría que tienen algún secreto que yo no acierto a adivinar. Por otra parte, cuando están contra alguien, no tienen dificultad en declararlo malo. Recuerdo que cuando mi hermano me enseñaba a disertar, por más perfecto que fuera el hombre sobre el cual tenía yo que hablar, basta que expusiera algún argumento contra él para ganar un <<Bien>>; y cuando era capaz de encontrar excusas para un hombre malo, mi hermano decía: <<Además de originalidad, tienes un talento verdadero como litigante>>. Entonces, ¿cómo puedo saber lo que piensan, sobre todo en el momento en que se proponen devorar al hombre?
Para comprender las cosas, es preciso reflexionar en ellas. Creo que en la antigüedad era frecuente que el hombre se comiera al hombre, pero no estoy muy seguro de esa cuestión. He cogido un manual de historia para estudiar este punto, pero este libro no contenía fecha alguna; en cambio en todas las páginas, escritas en todos sentidos, estaban escritas palabras <<Humanitarismo>>, <<justicia>> y <<virtud>>. Como de todas maneras me era imposible dormir, me puse a leer atentamente y en medio de la noche noté que había algo escrito entre líneas: dos palabras llenaban todo el libro: <<¡DEVORAR HOMBRES!>>.
Los tipos del libro, las palabras de nuestros arrendatarios, todos, sonreían fríamente mirándome de un modo extraño.
¡Yo también soy un hombre y quieren devorarme!

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