Una brisa fría recorrió las calles de un pequeño pueblo genovés. Eran mediados de diciembre, pleno invierno, pero eso no impedía que los habitantes de Portorosso llenasen sus calles como acostumbraban a hacer día a día. La vida de las pequeñas tiendas, las charlas entre vecinos, amigos, conocidos y no tan conocidos, los juegos de los niños... Llenaban de calidez a las personas que vivían allí.
Pero desde luego, había alguien que destacaba por encima del resto. Alberto pasaba por todas las húmedas calles de la ciudad, haciendo el reparto a domicilio de los peces que esa misma mañana Massimo había pescado. Desde luego, su técnica había mejorado mucho. Ya no había sardinas pegadas a paredes, ni rompiendo jarrones, ni aún peor: en la cara de alguna clienta.
Había pasado ya un tiempo desde el incidente de la barca, el cual, por suerte para Alberto, acabó bien para él y Machiavelli. En cierto modo, el joven monstruo marino aún se arrepentía de sus actos, pero también se alegraba, ya que eso desencadenó los acontecimientos que acabaron con Massimo aceptándolo como su hijo.
Aquella noche terminó pronto, en parte debido a que las grandes emociones que había pasado le hicieron dormir de un tirón, pero Alberto recordaba a la perfección el día siguiente. El mayor de los "relegados" contó por teléfono a sus dos amigos todo lo ocurrido el día anterior, con tanta emoción que tuvo que repetirlo varias veces para que Giulia, su nueva hermana, y Luca, su mejor amigo, se enterasen de todo.
Una vez pudieron ordenar y descifrar todo lo ocurrido, y tras la sorpresa ante los acontecimientos y el final de la historia, Luca y Giulia le sorprendieron a él: de forma excepcional ese año, los dos volverían a Portorosso para las vacaciones de navidad.
La siguiente media hora fue un cúmulo de alegría, preguntas, planes e ideas, que fueron interrumpidas por Massimo: si los jóvenes amigos no se despedían en ese momento, iban a tener que trabajar en la Pescheria durante todo el próximo verano para pagar la factura de esa llamada, así que rápidamente se dijeron adiós, prometiéndose hablar pronto.
Todos los planes que surgieron aquel día vivían permanentemente en la cabeza de Alberto. Quería planearlo todo a la perfección, pues las vacaciones serían cortas y necesitaban aprovecharlas al máximo si querían hacerlo todo.
Tras entregar el último pedido, se dirigió de vuelta a casa, pero en la plaza principal de Portorosso una multitud se había formado, rodeando la playa y cortando el paso.
- Scusa! ¡Déjenme pasar por favor! – decía mientras atravesaba el tumulto a trompicones.
Pasar con la bicicleta era difícil, más aún cuando la gente se juntaba más para ver lo que fuera que había en la playa. Al principio sólo pensaba en regresar a casa, descansar del reparto y ayudar a Massimo con el almuerzo. Pero cuanto más avanzaba entre el gentío, más afloraba su naturaleza curiosa.
Casi sin darse cuenta, dirigió su bicicleta hasta el borde de piedra que daba a la playa, para asomarse a fisgonear. Cuando por fin pudo ver la playa, una figura tirada en la arena le quitó el aliento.
Y no era por las heridas y manchas de sangre que tenía, o del hecho de que el único movimiento que hacía el monstruo marino que yacía delante de los habitantes de Portorosso era el de su pecho respirando a duras penas.
Alberto pudo sentir su corazón encogerse, mientras su vista se nublaba un poco. No, no podía ser. Hizo un esfuerzo por enfocar su visión de nuevo en la figura escamada que yacía desmayado en la arena. No había lugar a dudas, era...
- ¡¿Papá?!
)=====(
Se despertó en un sitio oscuro. Le dolía todo el cuerpo, las heridas de su seca piel humana le escocían por la sal, moverse le hacía sentir peor. ¿Qué había pasado? Recordaba la tormenta... Los relámpagos que iluminaban la superficie marina... El trueno que lo acompañaba segundos después... Los arpones pasando peligrosamente cerca de su cuerpo...
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One-Shots de Luca
Short Story¡Bienvenidos! En este libro compilaré mis historias cortas sobre esta maravillosa película. Tanto su historia, como su fandom me enamoraron desde el primer momento, y ahora me gustaría contribuir con la única expresión artística en la que no doy pe...