En una banca de piedra esa mañana, al escuchar por el hueco de una escalera el bullicio en el piso de abajo, Snape recordó que se organizaba el segundo aniversario de la Batalla de Hogwarts, mientras estudiaba un mapa de la Escocia Mágica.
Newquay, la ciudad donde se encontraba Hermione, era muggle pero tenía un suburbio mágico. Por lo que Hermione le había contado sobre sus paseos donde admiraba el horizonte, leía o escribía, eran varias millas de cabañas, acantilados y mar para brujas y magos.
Snape buscaba en el mapa una estación de Flu que lo pudiera conducir a la localidad o un barco que lo llevara por las más de ochocientas millas que lo separaban de Hermione, lo cual significaría un viaje de 15 horas, aproximadamente.
Revisaba el mapa una y otra vez como si no lo conociera por haberlo estudiado decenas de veces antes de esta mañana. Su actitud era en parte nerviosismo ante la inédita situación de hacer un viaje para ver a Hermione Granger.
No había nerviosismo, sino deseo, sentimiento, en su intención de encontrarse con ella. Verla de frente. A los ojos. Escucharla, mirando sus expresiones directamente. Tocarla. Decirle.
El mapa tenía sombreada la parte muggle de Escocia y del Reino Unido, mostrándolas como zonas vedadas. En cambio, puntos azules de diferentes tamaños indicaban las demarcaciones mágicas, como islotes esparcidos por tierra y líneas en las costas. Escasas, en comparación con el mundo muggle. Entre el castillo y Newquay, por mar se extendía una larga línea intermitente que Snape seguía con la mirada una y otra vez.
Snape tenía el mapa en una mano y la Esfera en la otra, pasándole los dedos, cavilando.
Necesitaba ir a Newquay y ver a Hermione.
Necesitaba decirle.
Necesitaba decirle lo que pasaba con él, aunque las palabras se le atropellaran, se le agolparan en la garganta y al final no lograra expresar nada con claridad.
Puntuando sus pensamientos, por el umbral de la escalera en descenso le llegaban en eco las preguntas que se hacían los alumnos en otros recodos del castillo. Algo sobre adornos y alimentos del festejo nocturno.
Para Snape aquello era poco relacionado con él. La celebración de la victoria en la batalla final interesaba más a los que no estuvieron tan presencialmente involucrados. Se llenaba de todos los nuevos, de autoridades, de la Ministra y de gente del Profeta. En contraste, no acudían los principales héroes del alumnado y tampoco la mitad de los profesores, así como los condecorados. Snape no se sentía parte del grupo de héroes, la idea le era extraña, sopesando la idea de no asistir tampoco en esta ocasión, oyendo el rumor de un primer ensayo del coro.
Lo que más le inquietaba era que no había dicho a Hermione su deseo de visitarla.
Pasaba la bola de cristal por sus dedos pensando en anunciar a Hermione su propósito. Para comunicarse, las esferas de cristal eran buen recurso aunque como medio de visiones a Snape no le parecían tan buenas. Trelawney no veía nada en las esferas, pensaba el profesor, sino que Sybilla proyectaba en ellas sus visiones. La esfera concretaba su don de vidente.
Esta Esfera, la que tenía Snape, parecía llena de agua, pero se trataba de ectoplasma a baja temperatura, aunque elevadísima de abrirse el cristal, pues al contacto con el aire semejaría lava. No era como las de Trelawney pues Hermione debió encontrar estas esferas en alguna de sus travesías. El cristal de la que él tenía en la mano era pesado, grueso, de caer accidentalmente no se rompería, además de dar sensación de frío. La conexión mental con el poseedor de la otra bola de cristal abría la comunicación. Y al ser ectoplasma, más que ser transmitida la imagen del interlocutor era una suerte de visión mediúmnica dentro de la Esfera, pero perfectamente lograda.
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Eso que no sé decir
FanficSevmione. Short fic. ¿Se puede tener un sentimiento que no se sepa expresar en palabras? En la distancia, los anhelos, el mundo del "te amo". Tal vez Hermione y Snape encuentren dónde hablar solo con el corazón.