Era la última hora de servicio, a Gustabo le recorrió un escalofrío en su columna por lo que pasaría a continuación. Espero pacientemente a que su jefe lo llamase para ir a su despacho. Sacó vendas, curitas, agua oxigenada y una sudadera de unas tallas más grandes que las que usualmente usaba. Tenía todo preparado para irse a casa, ya que cuando salía de la comisaría iba a un callejón para que se curará las heridas que le dejaba el superintendente.
Y el momento menos esperado de la noche llegó, cuando en su radio se escuchó la voz de su superior llamarlo, pero noto algo; su voz estaba más calmada que otras veces. Era algo que no muchos notaban, pero a comparación del rubio era muy fácil para él, había estudiado un tiempo psicología y sabía como leer a las personas; tanto por sus acciones o por el tono de su voz.
Fue a la oficina y ya se estaba preparando mentalmente para lo que venía, unas palabras lo sacaron de sus pensamientos. -Pasa, capullo- entró a la habitación que odiaba por las cosas que pasaban ahí adentro.
Solo se quedó parado donde siempre empezaba todo, ya se sabía de memoria todo lo que haría su jefe. Primero su ceño era fruncido, lo cual esta vez no pasó. Luego se levantaba de su silla giratoria y esta vez si lo hizo.
El tercer paso era que sacaba su porra y lo empezaba a golpear, pero en ese momento no sintió ningún golpe por parte de ese material que usaban todos sus compañeros para hacer que cualquier criminal les hiciera caso, si no que sintió unos brazos fuertes rodear su cuerpo.El oji-azul se quedó estático, no sabía como reaccionar ante la muestra de afecto de su superior, así que simplemente le contestó tartamudeando. -¿Q-qué coño hace, Súper?... - Espero con miedo cualquier respuesta que viniera de la boca del contrario.