- ¡Gustabin, por favor no hagas esto! ¡No me dejes solo! - Gritos desgarradores salían de la garganta de aquel padre que perdió a sus hijos y esposa, y no quería perder a aquel rubio que hizo que sus miedos fueran desapareciendo poco a poco.
Gustabo estaba al borde de un puente, estaba justo en la orilla, casi dispuesto a saltar desde esa altura tan alta. Que lastima que no tenía vértigo.
- ¡Gus, no lo hagas! Nos tienes a nosotros, y aquí nos tendrás siempre que necesites un abrazo o que te escuchen - Se veía al de cresta con lágrimas escurriendo por sus mejillas, y sus ojos rojos del llanto. Cada segundo que pasaba eran como minutos para los que gritaban que no hiciera lo que pensaban, y justo eran Conway y Horacio; esas personas con las cuales Gustabo había convivido y hecho lazos muy fuertes.
Llevaban tratando de bajar al rubio de ese lugar, pero nada funcionaba.
Por la cabeza del rubio solo pasaban pequeños flashbacks de cuando le hizo daño a gente, y a niños, él se veía a si mismo como una abominación para la sociedad. - Y-yo... Yo soy una abominación, un error. No puedo seguir aquí, no quiero hacer daño a nadie. - Esas fueron sus palabras antes de que sus lágrimas salieran a la luz y se acercara un poco más al borde del pasamanos.
Los policías y alguno que otro bombero estaban ahí, intentando conseguir que Gustabo no saltara o diera un paso más.
...
Lo siguiente que vieron fue como un rubio se despedía con una gran sonrisa, gritando algunas palabras “OS AMO, JACK Y HORACIO, GRACIAS POR ESTAR AHÍ PARA MÍ. LAMENTO LO QUE HAGO, PERO NO PUEDO MÁS CON ESTE DOLOR EN EL PECHO. GRACIAS... POR TODO” Y cuando el oji-azul término esas palabras, le dio la espalda a todos y salto, pidiendo perdón en su mente, y que si había otra vida, poder encontrar a esos dos hombres que le hicieron pasar momentos mágicos.
Y así es como todo lo bueno tiene un final... Un final que te deja marcado de por vida.