Zabinni

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Zabbini.

Blaise Zabinni adoraba los sábados.

Ese día perfecto, porque justo estaba ahí, en tierra de nadie. El viernes era el último día de clases de la semana y aún quedaba el domingo antes de empezar otra nueva.

Pero sobre todo adoraba las mañanas de los sábados.

Porque todos los de su casa dormían hasta bien entrada la mañana, excepto Theo, que Merlín sabía por qué, se levantaba con los gallos y siempre, bajara Blaise a la hora que bajara, estaba allí, sentado en la sala común, y, los de las otras casas también, a excepción de Hermione Granger que saliera Blaise a la hora que saliera de las mazmorras, estaba ya en el Gran Comedor, desayunando rodeada de enormes tomos de libros.

Pero quitando aquellas dos aberraciones de la naturaleza, que eran la excepción que confirma la regla de que los adolescentes gustan de la cama más que los niños de los caramelos de Honeyducks, el resto del castillo estaba sumido en una inmensa paz. Y a Zabinni le gustaba esa paz. Era su momento zen, sus horas privadas en las que caminaba sin ton ni son por cualquier lugar de Hogwarts en un paseo puramente contemplativo.

Por eso aquella mañana de sábado cuando bajó a la sala común de Slytherin y por primera vez en la historia no vio rastro alguno de Theodore Nott, se preocupó. Más aún al llegar al Gran Comedor y descubrir que la mesa de Gryffindor estaba completamente vacía y ni restos de migas había por allí.

Completamente asombrado se pellizcó, por descartar el que pudiera estar metido en un desvarío onírico. Pero el dolor parecía bastante real y se debatía entre la idea de salir al exterior para comprobar que el apocalipsis no había comenzado o buscar algo de vida dentro del castillo no fuera a ser que hubiera empezado y terminado la guerra pillándole a él dormido.

Sacudió la cabeza, definitivamente estaba empezando a desvariar.

Desayunó como siempre, echando constantes miradas a la desierta mesa de los leones, incrédulo aún por no encontrar allí a sabelotodo Granger devorando tostadas y libros por igual y se limpió ceremoniosamente los labios al terminar su café. Dejó con cuidado la servilleta sobre la mesa y se levantó, sacudiendo con gracia su túnica perfectamente planchada.

Inspiró hondo, saboreando aquel perfecto sábado a aquella perfecta hora, pero no le supo bien, no era perfecto, no podía serlo. Le incomodaba no haber seguido la rutina de cada sábado. Ni rastro de Nott, ni rastro de Granger... Si había algo que a Zabinni le gustaba tanto como su momento zen, era seguir un hábito al pie de la letra. Blaise era animal de costumbres y le incomodaba sobre manera que por primera vez aquellos dos descarriados le hubieran hecho semejante desplante.

Habían roto su comunión con la naturaleza de su yo interior, habían destrozado su paz y su armonía semanal... vaya, que le habían jodido el día.

Resopló y caminó con pasos bruscos y zancadas largas, nada que ver con el paseo suave que habituaba a dar en sus perfectos sábados, no. Ahora Blaise andaba como un león enjaulado, buscando donde descargar su frustración cuando de pronto...

— Nos van a pillar.

¿Granger? La voz definitivamente era de ella, aunque sonaba risueña y alegre, algo ronca y seguida de una serie de risitas tontas.

¿Hermione Granger soltando risitas?

Parpadeó y se acercó con sigilo al escuchar un murmullo en respuesta, aunque no entendió las palabras y no pudo reconocer la voz, era definitivamente un chico. Abriendo los ojos como platos caminó de puntillas hacia la puerta de donde salían las voces.

— ¡Estate quieto! — Se oyeron más risas — Por Merlín si nos pillan estamos muertos. Espero que Parvati y Lavender no se hayan dado cuenta de que no dormí allí.

¿Con quién, en nombre de Salazar, había pasado la noche sangre sucia Granger?

Fuera quienes fuera, ambos se acercaban a donde estaba Blaise que de pronto se quedó congelado en el sitio.

Mierda mierda mierda.

Se dio la vuelta y se frenó de golpe a un milímetro de tragarse una armadura. Por los pelos, pensó. Solo le faltaba que le encontraran con su dignidad por los suelos y su cuerpo tirado a la buena de Merlín en un corredor desierto. Esquivó con gracia el obstáculo y de puntillas corrió por el pasillo hasta encontrar un hueco en la pared donde cobijarse. Los pasos pronto se oyeron de nuevo.

—¿Qué haces? ¡Pueden vern....

La frase se cortó en seco y todo lo que podía escucharse era el roce de la tela y las respiraciones aceleradas, el sonido de húmeda succión posterior a un beso y ¿Un gemido? Abrió los ojos desorbitadamente. Jamás pensó vivir para ver... u oír en este caso, a Hermione Granger gimiendo. Lo peor de todo es que el sonido era tan erótico y sensual que Blaise se sintió incómodo en más de un sentido. ¡Salazar! Debía estar enfermo para sentirse interesado en lugar de asquearse.

Pasaron los minutos y más gemidos bajos se escucharon en el pasillo, no todos femeninos, dicho sea de paso ¿Es que no se cansaban? ¡Joder! ¿No veían acaso que era un lugar público? ¡Qué vergüenza! Casi se sentía tentado a salir de su escondrijo para darles una lección.

Se quedó pensativo... si, sonrió con malicia y dio un paso dispuesto a enfrentarlos y disfrutar de las caras de terror que vería en ellos. Sería fantástico, además que podría beneficiarse de aquello porque ¿Acaso no le deberían un favor si no les denunciaba? Ya estaba saboreando el momento cuando...

— Maldita serpiente — oyó la voz entrecortada de la castaña — aquí no... no podemos... — De nuevo la frase quedó a medias, rota, sin lugar a dudas, por un nuevo beso.

Aquellas palabras frenaron en seco a Blaise. Maldita serpiente...¡¿Maldita serpiente?! ¡Un Slytherin! ¡Por todo lo sagrado! Hermione Granger había pasado la noche con alguien de su casa... y estaba ahí, a menos de un metro de él, comiéndole los morros en aquel instante. Abrió desmesuradamente los ojos y se pego al muro tratando de fundirse con él al escuchar pasos nuevamente, pero antes de pasar por su lado una puerta chirrió al abrirse y los muchachos se perdieron por ella. Ahhh maldita curiosidad que empezaba a devorarle lentamente. Agudizó el oído. ¿Quién sería? Su mente comenzó a atar cabos, probablemente si conociera algo de la terminología muggle hubiera exclamado algo así como ¡Elementa Zabinnil! Cuando su prodigioso cerebro llegó a una conclusión irrefutable: Theodore Nott.

Como en un flashback recordó que aquella mañana su compañero no estaba en la sala común y entre la bruma de sus reminiscencias creía haber visto una de las camas de su habitación perfectamente hecha... pero era algo habitual entre sus compañeros, pasar algunas noches en camas ajenas así que no prestó atención al hecho en concreto. Maldito fuera. Aunque sumando aquellos incidentes, era más que obvio que Theo no había dormido en Slytherin y por lo tanto no había podido bajar a la Sala Común antes que él, ese era el motivo por el que Blaise no había visto a su amigo aquella mañana. Asombroso, pensó aún metido en el rincón. Nott y Granger... nunca lo hubiera imaginado. Empezando porque nunca hubiera imaginado a la sabelotodo con nadie que no fuera la comadreja pelirroja... pero ¿Con un Slytherin? Inconcebible.

Vaya noticia ¡Qué primicia! Iba a disfrutar molestando a Theo durante mucho mucho tiempo.

— ¿Qué haces ahí metido? Por tu cara de susto nada bueno.

Blaise Zabinni miró a Theodore Nott boqueando y medio bizco.

— ¡Theo!

Abrió la boca e inconscientemente agarró la muñeca de su amigo atrayéndolo al refugio de su pequeño escondrijo.

— Ssssssssch.

¡Bendito Merlín! Si Theo estaba ahí ¿Quién demonios estaba en aquella aula con Hermione Granger?

Un sábado cualquieraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora