Weasley

415 41 1
                                    

Ginny odiaba madrugar. No le gustaba ni un poquito levantarse antes de las diez de la mañana si no había clase, no es que le gustara entre semana pero sería inútil quejarse por algo que no tenía remedio y si algo caracterizaba a Ginevra Weasley, además de su arrojo y su brutal sinceridad, era lo practica que solía ser. Quejarse por algo que no se podía cambiar era absurdo, mejor guardar las energías para otras cosas. Los sábados eran los días perfectos para haraganear en la cama, el mejor día para dormir y después de despertarse y recordar que no había colegio: volver a cerrar los ojos y estirarse entre las sábanas para saborear que aún podía seguir ahí un poco más. Pero aquel día era la excepción a los maravillosos sábados de Ginny Weasley.

Aquel sábado tuvo que levantarse al alba para recuperar el maldito mapa que había tenido que esconder el día anterior y que más le valía encontrar antes de que notaran su desaparición.

Todo empezó unos días antes, cuando se dio cuenta de que Hermione les mintió. Era jueves y cada jueves la castaña iba a la biblioteca tras salir del aula de Runas Antiguas, esa tarde Ginny necesitaba ayuda con la última clase que había tenido de pociones y pensó en preguntar a Hermione tras el fallido intento de explicación de Harry. Cuando llegó a la biblioteca no había rastro de su amiga. Buscó pasillo a pasillo, mesa por mesa y no estaba por ninguna parte. No hubiese sido problema alguno, ya que podría andar por cualquier lugar del castillo, si no fuera que, por la noche cuando tras su ronda nocturna la encontró en la sala común, ella aseguró haber estado toda la tarde en la biblioteca haciendo un trabajo de Aritmancia. La pelirroja hizo enormes esfuerzos por no dejar ver el rostro de incredulidad que debía tener en ese momento y lo dejó pasar. No era habitual en Hermione mentir y mucho menos con aquel desparpajo, pero Ginny supuso que tal vez había algo que ocultar ¿Un chico? Podría ser, era normal que ante Ron no quisiera decir nada. Lo malo llegó cuando al día siguiente la pilló a solas en el baño de las chicas y Hermione toda inocencia le dijo que no le pasaba nada y que solo tenía muchos trabajos que hacer si quería que sus EXTASIS fueran perfectos. Teniendo en cuenta la cantidad ingente de tiempo que le quedaban para aquellos exámenes, verano por delante incluido, la excusa aún viniendo de una obsesa de las notas como ella, no colaba ni un poquito. El viernes decidió seguirla, pero al no compartir asignaturas por la diferencia de curso se le hizo misión imposible hasta que la tarde cayó y las clases acabaron. Corrió a la torre de Griffyndor pero antes de llegar escuchó la voz de Hermione en susurros.

— Si — sorprendentemente sonaba tan dulce que no parecía la leona — Esta noche iré en cuanto pueda escaparme. ¡No llegues tarde!

Se oyeron sus pasos alejarse por el corredor.

¿Con quien estaba hablando? Sintió un golpe en el hombro y gruñó en respuesta una mala contestación sin levantar la cabeza, demasiado ocupada pensando en como conseguir el mapa del merodeador. Tendría que buscar como quitárselo a Harry y de ese modo ver de una buena vez que se traía entre manos Hermione.

Así fue como Ginny se vio metida en aquel monumental lío que había destrozado su sábado perfecto.

Conseguir el mapa fue más o menos fácil. Subió al cuarto de los chicos cuando estaba Harry solo y le pidió ayuda para echarse crema en la espalda alegando que había tenido un accidente con un bubotubérculo en herbología y Madame Pomfrey le había mandado embadurnarse de arriba a abajo con aquella crema antialérgica para evitar brotes de pústulas en su piel.

— Vamos Harry no encuentro a Hermione, Ron está por algún rincón con Lavender y las chicas están en el campo de Quiddich viendo entrenar a Goldstein.

— ¿Goldstein? — Harry frunció el ceño.

— Si bueno, el chico es guapo — dijo restándole importancia con un gesto de la mano

Un sábado cualquieraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora