Un artista excéntrico con un oscuro secreto.
Una asistenta inexperta con una lengua intrépida.
Ella cree que la detesta. Él la evita porque la desea...
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—¿Fregar los platos? —exclamé solo para provocarle y conseguí que exclamara una sonora carcajada.
Hice aspavientos con las manos para pedir que bajara el tono, la cocina estaba alejada del salón, pero con aquel estruendo era posible incluso que nos escucharan.
—Hacía tiempo que no encontraba a una mujer tan fresca y divertida como tú además de guapa —recitó acercándose lo suficiente para sentir que debía dar un paso hacia atrás por ver sus intenciones claras.
Aún así su mano atrapó mi cintura y sentí sus labios sobre mi cuello, provocando que casi no supiera como reaccionar al pillarme desprevenida. Sus manos comenzaron a descender atrapando mi trasero para alzarme y colocarme sobre la encimera de la isla de la cocina. A pesar de que sus labios seguían en mi cuello era incapaz de cerrar los ojos porque casi no podía creer que de verdad estuviera sucediendo y yo aún tenía la boca llena.
Si es que no tengo remedio...
En cuanto tragué el último bocado mis manos se alzaron para atrapar su cuello y entonces sus labios se dirigieron hacia los míos atrapándolos con tanta intensidad que era incapaz de concentrarme ante tal avasallamiento o quizá era por el hecho de que estaba en mitad de aquella cocina y que en cualquier momento podría entrar alguien a descubrirnos.
—Dulce y exótica, como me gusta —oí en un jadeo y entonces vi el filo de la hoja afilada que sacaba de su cintura con la intención de rozar mi cuello.
Me aparté de él como si hubiera visto un fantasma, de hecho mi cara debió convertirse en una faz blanco nuclear al ver ese pedazo de cuchillo entre nosotros.
—Tranquila, tengo mucha mano y aunque está afilado no te haré daño, créeme... —susurró como si no fuera nada más que un juguete erótico.
¿Perdona?, ¿De verdad me estaba insinuando que quería jugar con aquello?
Te conozco de dos conversaciones telefónicas y cuatro minutos mal contaos, si crees que voy a dejar que acerques eso a mi, te puedes colgar de un pino guapo.
—Va a ser que no —advertí con la intención de darme la vuelta y pirarme de allí.
Si era un pirado de esos a lo que le va el rollo sado pero con cuchillos que se busque a otra.
—He venido esta noche aquí solo para esto, si crees que voy a dejar que te marches sin follarte es que eres idiota. —Su tono era soez, soberbio y no existía ni rastro del tipo supuestamente caballeresco que se suponía que era hasta hacía escasos cinco minutos.
¿Hola?, ¿He entendido bien? Por un momento quise creer que no, pero su mano apretando fuertemente mi brazo indicaba lo contrario, que por muy mal que hubiera sonado aquella frase, era real, la había pronunciado tal cual había sonado traducida en mi mente.