14. Los Hamptons

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14. Los Hamptons.

4 de julio 2004

Mi cabeza no deja de reproducir desde hace una semana la conversación con el doctor que secretamente atiende a mi padre.

<<Lo siento se disculpó agachando la mirada—. No hay mucho que hacer. Su cuerpo se deteriora lentamente y no hay forma de evitarlo. Su enfermedad degenerativa lo está devorando. Está más allá de mis posibilidades. Sólo un milagro podría salvarlo>>.

Un milagro.

Esas palabra se clavan más profundo en mí y eso hace que mis brazos y piernas se muevan más rápido, venciendo la resistencia del agua, deseando escapar de lo inevitable.

Nadar se ha vuelto mi desahogo.

Cada brazada, cada empuje que hago en el medio acuático, es un fútil intento de ahogar mis penas. De alejarme de alguna manera de esta realidad. De la mierda que no deja de caer sobre mi familia. Pero nado en círculos. Y aunque lo hiciera en el mar, hacia el horizonte, desaparecer no arreglaría nada.

Es por eso que usaré toda mi fortuna si hace falta —la legal y aquella oscura—, de manera de hallar la cura para el hombre que no merece consumirse como un muñeco de nieve bajo el sol. No importa lo que tenga que hacer.

Y es por eso, que esta noche, iniciaré un doble plan.

Uno, como filántropo.

Otro, como un secreto benefactor.

Primero, debo conocer personalmente a los posibles responsables —sin que ellos estén al tanto, claro está—, de la posible cura que me proporcionarán.

Porque nadie sabe que el gran Richard Sharpe vive.

Para el público en general, el multimillonario falleció tras años de sufrimiento y agonía. Emocional y físico. Se extinguió tiempo después del asesinato de su esposa. Parte por el duelo no superado, y parte por las heridas que degeneraron su cuerpo, volviéndolo débil.

No está tan lejano de la realidad. Por lo que el evento al que deberé asistir esta noche lo hago con la intención de tomar otra oportunidad para avanzar en el ansiado milagro en manos de la ciencia.

Con renovado vigor, emerjo del agua fría de la piscina de mi mansión. Mis músculos están más relajados ahora y mi cabeza más ordenada. Es lo que hace la natación para mí.

Salgo lentamente y tomo la toalla de una de las mesas dispuestas en el jardín.

La gran figura de Andrew se apersona como si acabara de materializarse. Ha aprendido a tener esa conveniente habilidad para hacerse visible o invisible.

—¿No hay novedades?

—No señor.

—Será pendejo —mascullo. Era demasiado esperar que cumpliera con su palabra—. Que se joda. Nos vamos en una hora, Andrew. Me iré a duchar. Que Josephine tenga un ligero almuerzo listo para mí en mi despacho.

—Sí señor.

Josephine fue la primera empleada que Andrew trajo a la mansión en Los Hamptons cuando la compré, dos años atrás. Es una increíble cocinera, de formas redondas, que, al parecer, fue compañera de escuela de mi asistente. Y este me aseguró era de confianza.

Eso espero.

Tanto a ella como a Theresa, la otra madura empleada, recomendada por la primera, las saqué de aquel barrio de mierda donde conocí a mi sombra. Era mejor asegurarme que tanto ellas como sus familias estuvieran cerca y seguras.

Steve Sharpe -El Chico de Oro- (Shiroi Akuma #1.5)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora