15. Último Extra: Mi regalo

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15. Mi regalo.

1° de agosto 2008

Treinta y dos años.

Mamá, hoy estoy cumpliendo treinta y dos años y sigo extrañándote como un niño.

Anhelando recibir mi regalo. 

Uno de esos sorprendes que sólo tú sabías dar, junto con el desayuno en la cama y los besos y abrazos que fingía molestarme.

Siento que si hoy me vieras, estarías realmente decepcionada de mí.

Seguramente me regañarías y me dirías palabras como que tuve cientos de oportunidades de corregir el rumbo de mi vida, y sin embargo decidí seguir haciéndolo todo mal.

Vengué tu muerte matando al ladrón que se atrevió a quitarte la vida; y de eso no me arrepiento.

Lo volvería a hacer una y mil veces más.

Pero luego, me perdí y elegí transformarme en un asesino.

Un sicario que se excusa bajo la premisa de que quito escorias de la sociedad bajo contrato de otras escorias.

Eso no es lo peor.

Me reprenderías porque decidí rendirme a ser feliz y vivir. A olvidar  y dejar el pasado atrás.

Porque elegí convertirme en un hombre sin sentimientos, escondiéndolos tras un muro de sólidas paredes alzadas hasta el cielo, construido con piedras amontonadas con cada año que me alejé de cualquier atisbo de humanidad.

Con un corazón resguardado bajo kilómetros de frío témpano.

Sin la capacidad de amar.

Es que tú eras mi guía. 

Junto a papá a quien perderé en cualquier momento si mis planes fallan, eran los que me enseñaban lo que era el amor.

Ahora, sólo soy un ente que deambula en el limbo entre este mundo y el infierno que he creado.

Aun así, no me arrepiento de nada. Porque es lo que dispuse para mí.

Me niego a amar y perder. 

Me rehúso a volverme débil, a ceder ante alguien que no sea yo mismo.

Porque eso hace el amor. 

Nos debilita. 

Nos vuelve un blanco fácil a derrotar.

Nos consume en un fuego destructivo, dejando sólo cenizas que luego el viento aleja como si nada hubiera existido. Imposible de renacer de ellas.

Sé que no te gustaría lo que pienso.

Al menos, me alegro de que no puedas ver en lo que tu hijo se convirtió.

Dejé de ser el chico de oro. El joven alegre, lleno de ilusiones y ganas de vivir. Y me volví  un hombre oscuro y sin alma. Como el mismo carbón.


El sonido de mi teléfono interrumpe el bullicio mental e internamente lo agradezco. Era suficiente autoflagelación por un día.

El constante timbre rompe el silencio del despacho en mi mansión en Los Hamptons.

Con largos y pausados pasos enfundado en uno de mis trajes hecho a medida, descuento la distancia desde el ventanal donde tenía mi monólogo imaginario hasta el imponente escritorio.

Steve Sharpe -El Chico de Oro- (Shiroi Akuma #1.5)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora