CAPÍTULO 3

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EL COMIENZO.

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ALEXANDER

Actualidad. Mansión Cox, NY.

El llanto de mi hija se intensifica al estar frente a la puerta de su habitación. Han pasado tan solo dos días desde que nos fuimos de Washington y llegamos a la mansión. Aliah no ha parado de llorar, preguntando dónde está ella.

—Quiero a mi mami —pide desde adentro.

Si los muertos pudieran oír, Mellisa se estaría revolcando en la tumba al escuchar a su hija llamar a otra «mami»

—Princesa, tu… —hace una pausa mi madre antes de continuar—: Tu mami salió de viaje.

—¡Mentira, mentira, ella nunca me dejaría! —grita en medio del llanto—. ¡Quiero a mi mamita! ¡Quiero verla!

El sentimiento con el que llora a esa maldita mujerzuela son como alfileres que se clavan en mi pecho, dejándome sin fuerzas.

No puedo soportar tanta presión, no tengo coraje para poder entrar y verla en este instante. «No puedo». Retrocedo dando la vuelta dispuesto a encerrarme en la oficina, como lo he hecho estos días, sin embargo, mi intento de huida se ve interrumpido por el sonido de la puerta siendo abierta.

Trago saliva para pasar el nudo que se formó en mi garganta.

—Alex…

Empuño las manos ante la súplica en la voz de Isabella.

—¡Ni se te ocurra! —bramo con fuerza.

Di la orden de que nadie baje a las celdas, excepto Charlie y yo. Y ella quiero que autorice la orden de su entrada a los calabozos. «Y todo para ir a ver a esa mujer».

Giro sobre mi eje para encararla. El cansancio cubre su rostro, las ojeras bajo sus ojos son señal de que lleva días sin dormir. «Llevamos», me incluyo. Esta situación no se presta para descansar.

—Deja la maldita venganza a un lado —pasa las manos por su cabello azabache—. A veces los padres tenemos que hacer sacrificios por el bienestar de nuestros hijos.

No respondí nada.

—Y Alexander… —dijo cuando vio mi intento de irme.

—¿Qué? —pregunto harto de tanta payasada.

—No me obligues a llamar a Nael.

Contuve la furia que me causa su intento de amenaza.

—El papá de Aliah soy yo, no él —aclaro.

—Entonces compórtate como tal —apreté la mandíbula y bajé las escaleras.

Era una suerte que el personal de la casa trabaje en silencio, consciente de que en mi estado actual era preferible pasar desapercibido y evitar cualquier situación que pudiera enfurecerme más de lo que ya estaba.

Paso rápidamente a mi oficina, encerrándome en ella. Intento distraerme trabajando y analizando las rutas que utilizaré para mover una carga de armamentos de última generación traídos desde Rusia, que le enviaré al tercer líder de la Comisión, Dian McQueen. Repaso las posibles amenazas en el trascurso del camino y trazo un plan B en caso de inspección por parte de la CIA.

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