CAPITULO 2

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UN MES ANTES DEL ENCUENTRO

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ALEXANDER.

Nueva York, Estados Unidos.

Alexander Cox, ese es mi nombre. Soy el implacable y despiadado segundo líder de la Comisión y la Mafia Estadounidense. Mi clan ostenta el segundo puesto en términos de poder en todo nuestro país, y mi territorio abarca Nueva York. Desde una temprana edad, me sumergí en un mundo oscuro y despiadado, donde la muerte se convierte en tu sombra. Donde la violencia y el sufrimiento son moneda corriente, y cada paso que das está lleno de peligro constante.

En mis veintiocho años de vida, he perdido la cuenta de las vidas que he arrebatado. A pesar de ello, no siento remordimiento alguno, pues es precisamente mi falta de arrepentimiento lo que me otorga el poder que poseo. Sin el, no habría obtenido el temor y respeto que he ganado a lo largo de los años. No sería uno de los hombres más temidos y peligrosos en todo mi país.

Sin embargo, ni con todo el poder que poseo, no he logrado encontrar a mi hija. Tres largos años en los que parece que la tierra se la ha tragado, y eso me enfurece. Sé que no ha salido del país, ella está aquí, pero la pregunta es ¿dónde?

El olor a suciedad y humedad se hace presente mientras avanzo por los andrajosos y abandonados pasillos de los calabozos bajo tierra en mi mansión. Los recuerdos de hace tres años invaden mi mente, y es mi castigo constante el que mis recuerdos me recuerden mi falla al no poder protegerlas.

«—Alexander contesta, ¡nos están disparando!.

Ruido. Gritos….

—¡Atacaron a las afueras del hospital!

—¡Mellisa estaba en la camioneta con la bebé en brazos!.

Desespero. Miedo…

—Líder… la señora Mellisa… está muerta.

Pérdida…

—No hay rastro de la pequeña.

Caos… »

Sacudo la cabeza, me trago el sabor amargo que han dejado esos recuerdos y me dirijo a la penúltima celda, donde se encuentra la última persona que me faltaba atrapar.

Sentado, golpeado y atado en una silla, está Cameron Muller, el conductor personal de la guardia de mi esposa, la maldita rata traicionera.

Alza la vista. Y el miedo reflejado en sus ojos, alimentan al depredador que soy, queriendo descuartizar las extremidades de su cuerpo.

—Líder, por…  —No lo dejo terminar, le propino un puñetazo y cae con todo y silla al suelo.

—¿Líder? —mascullo con brusquedad—. A un líder no se tracciona, pedazo de mierda.

Lo agarro de los brazos y lo levanto de nuevo

—Quiero nombres —exijo.

Niega varias veces.

—Ellos... —sacude más la cabeza, dándose cuenta de su error y corrige—: Él me matará y le hará daño a mi madre.

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