CAPITULO 4

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Dos opciones, elige una

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DANELLE

Una parte de mi vida ha estado marcada por el maltrato y el sufrimiento. Fui ingenua al pensar que podría llevar una vida normal junto a Aliah, lejos del caos que implicaba vivir bajo el mismo techo con Armando Clark. No logré permanecer ni un año alejada de él. Aunque logré sobrevivir lejos de sus órdenes, lo encontré semanas atrás en la vecindad después de escapar de casa con Aliah. Tuve suerte de que la CIA lo capturara antes de poder llevarnos a su infierno.

Todavía recuerdo su amenaza, el momento en que lo vi ingresar al vecindario buscándonos. Sus gritos llenos de furia mientras caminaba y entraba a cada habitación con un arma en la mano. No tenía intención de salir; me escondí con Lauren y Aliah en las escaleras que llevaban a la azotea. No obstante, su amenaza pronunciada al aire me impactó desde mi escondite: «—Si no sales ahora, juro que cuando te encuentre, descargaré mi ira en la bastarda que has acogido como hija».

Eso bastó para indicarle a Lauren que subiera a la azotea con Aliah, y si no regresaba, que escaparan, se fueran lejos. Estuvo a punto de delatarme, y él a punto de verme si no fuera porque la justicia llegó primero y se lo llevó.

Pensé que después de eso finalmente podríamos ser felices. Incluso estaba ahorrando para mudarnos a otra ciudad, pensé que habíamos terminado con esa pesadilla. Sin embargo, aquí estamos enfrentando otra, y siento miedo porque desconozco a los responsables de esta nueva pesadilla.

Mi garganta arde de tanto gritar. Desperté en una especie de celda, estrecha, maloliente, y no tengo idea de cuántos días llevo encerrada aquí.

La imagen de Aliah siendo separada de mí, sus gritos persistentes, el recuerdo de ese hombre con mirada acusadora, son el desencadenante que intensifica la punzada de dolor en mi cabeza.

¿El padre de Aliah? Pero... pero si Aliah es adoptada...

«—La abandonaron, no tiene familia, así que la adopté. La cuidarás de ahora en adelante y no me hagas preguntas. ¿Entendido, mocosa?».

Dijo mi padre esa vez que apareció con ese pequeño bulto en sus brazos envuelto en una manta rosa.

«—Es una recién nacida».

Recordé las palabras exactas que pronuncié cuando recibí aquel bulto en mis brazos, al que observé detenidamente: su pequeño y delicado cuerpecito, sus ojitos cerrados y esa piel arrugada, fue la imagen que me impactó al destapar la manta que la cubría.

Estaba tan destrozada. La muerte de mi madre me lanzó a un abismo sin fin. Estaba desolada, y la pequeña fue la luz que cobró fuerza y creció a medida que los meses pasaban y Aliah crecía. La presencia de mi muñeca fue el lazo que me sacó de aquel abismo sin fondo.

Vuelvo a gritar y le doy puños a la maldita puerta de metal.

—¡Quiero ver a mi hija! —Golpeo más la puerta—. ¡Déjenme verla, maldita sea! —Golpe—. Por favor…

El no saber de mi bebé me hace preguntarme varías cosas: ¿cómo estará? ¿Ya comió? ¿Me extraña? ¿Estará sufriendo? ¿Estará bien? ¿Con quién estará?

La desesperación me consume, estoy al borde de la locura. Grito una y otra vez, sabiendo que me escuchan por los pasos que se acercan y alejan constantemente. La puerta parece burlarse de mí, resistiéndose a ceder ante mis golpes y empujones. Mis manos están enrojecidas y adoloridas por el constante golpeteo contra el metal.

Atracción Salvaje Donde viven las historias. Descúbrelo ahora