CAPITULO 2

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Olivia

Los latidos de mi corazón se aceleraron con nerviosismo cuando mi padre aparcó el coche frente a aquella casa, cuya fachada lucía ese particular estampado de rayas. Las flores violetas bailaban con gracia en el pequeño jardín, perfumando el aire con su dulce fragancia, mientras el camino de piedras adoquinadas parecía conducirnos con elegancia hacia la entrada. Al alzar la vista, mis ojos se encontraron con un hombre de estatura imponente, su cabello castaño ondeando con suavidad por la brisa, y su sonrisa acogedora iluminando su rostro desde el otro lado de la valla.

—¡Tio John! —exclama mi hermana, saliendo disparada del coche y lanzándose a los brazos robustos del hermano de mi padre. Era un cuadro encantador, como si el tiempo se hubiera detenido, como si la distancia jamás hubiera pretendido separarnos.

—¡Que grandes estas, pequeña sabandija! —dice él con su característico acento británico. — Todavía recuerdo cuando te embarraste la cara con tarta de chocolate en tu décimo cumpleaños, parece que fue ayer.

Aquella ocasión permanecía fresca en mi memoria, marcando el último instante en que nuestros caminos se cruzaron. Fue el último recuerdo antes que todo se desmoronara.

—No me recuerdes ese día. —comenta mi madre saliendo del coche con una sonrisa radiante.

—Es un verdadero placer volver a veros, familia. — sus brazos la envuelven con fuerza, levantándola un poco del suelo, —Me alegro de que estéis aquí.

Mi madre le responde con una sonrisa igual de cálida, abriendo el espacio para que mi padre también pudiera reunirse con su hermano. Doce años habían transcurrido desde la última vez que se abrazaron, así que verlos juntos me llenaba el alma.

El parecido entre ellos resultaba impactante; ambos compartían los rasgos característicos de los Carter: ojos azules como el cielo, cabello castaño un tanto ondulado y un hoyuelo marcado únicamente en la mejilla derecha.

Ellos eran así. Mi abuelo Martin era así.

Aparto la mirada del reencuentro y me concentro en la pantalla de móvil, admirando de nuevo la imagen de mi abuelo. Mis ojos empiezan a escocer, las lágrimas amenazan con escapar, pero me obligo a mantener la compostura. Acaricio la funda de plástico con mi pulgar, como si fuese un gesto de simple inocencia, imaginando aquel rostro que me acompañó durante tantos años. Una lágrima se deslizó por mi mejilla, y cuando me disponía a bajar la cabeza para ocultar mi rostro entre los mechones de pelo, alguien llamó al cristal de la ventanilla.

—¿Acaso no piensas salir a abrazar a tu tío favorito? —inquiere el tío John, su sonrisa, un destello de esperanza, chocaba contra la oscuridad que velaba sus ojos. Él sabía como se me sentía, pero el vendaval de emociones que refulgía en su corazón tras haber navegado solo por las turbulentas aguas de una enfermedad incurable, permanecía oculto para mí.

John Carter fue el guardián que acompañó a mi abuelo hasta su último aliento. Asistió a cada consulta médica, asegurándose de tener a mano cada uno de los medicamentos, mientras malabarizaba su tiempo para encargarse de la tienda. Durante mucho tiempo, soportó en solitario la aplastante carga, un peso que mi padre no puede perdonarse, atormentado por lo que considera un abandono en el momento más crítico.

—Hola. — mi voz resonó al abrir la puerta.

—Hola, pequeña. —responde, con su mano extendida para atrapar la lágrima que había surcado mi mejilla. Su sonrisa intentaba insuflar un rayo de alegría en mis labios, pero estos se negaban a cooperar. Éramos dos almas rotas y desgarradas, una conexión que él entendía a la perfección.

La Sinfonía de un Alma PerdidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora