CAPITULO 4

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Olivia

Un escalofrío inesperado me recorre la columna al encontrarme con el retrato de un joven, cuya mirada es considerablemente más azul y profunda que el mismísimo océano. Su piel pálida resalta con unos labios ligeramente rojizos, una mandíbula perfectamente marcada, pómulos afilados, nariz recta y una melena azabache que cae como la seda hasta rozarle los hombros. Era una obra simplemente deslumbrante, y un privilegio para mis ojos el poder contemplarla.

—Te ha dejado sin aliento, ¿verdad? — comenta Sophia, asomando la cabeza tras el marco de bronce que sostiene frente a su rostro, moviendo las cejas de arriba abajo como una verdadera maniática.

Suspiro ante su insistencia, pero ella no se da por vencida.

—Es solo un cuadro, Soph. Tan antiguo como todo lo demás. —digo, señalando los objetos esparcidos por la habitación para reforzar mis palabras.

Mi hermana siempre se emociona con estas cosas, y suele molestarme con ello. Parece que mis estándares son demasiado altos para su gusto, lo que genera desacuerdos constantes sobre quién es más atractivo entre actores y modelos. Sabía que entrar en ese debate era caer en un círculo vicioso del cual es muy difícil salir.

—Eres aburrida. — me acusa, acercándome el retrato. —¡Mírale, Olivia! ¿No te recuerda a un vampiro?

—No. — respondo tajante, aunque en realidad si lo veo así. No obstante, jamas lo admitiría delante de ella.

—Tu amargura me deprime, hermana. —reprocha, suspirando dramáticamente. A veces, resulta demasiado insoportable.

—Creo que es mejor dejarlo donde estaba. —comento, arrebatándole el cuadro y apoyándolo junto a una de las patas del piano. — No quiero que falte nada cuando se haga el inventario. Para mamá, todo esto es muy valioso e importante.

Sophia me mira aburrida.

—Está bien, tú ganas. — hace ademán de tocar el borde del marco. — Pero debes admitir que... ¡ay!

Mi hermana da un respingo y se lleva inmediatamente un dedo a la boca.

—¿Qué sucede?

—Algo me ha pinchado. — balbucea con el pulgar en la boca.

La observo con escepticismo y la escudriño, preguntándome si es otro de sus juegos. Al percatarse de mi mirada acusadora, retira el dedo de su boca y me golpea el brazo.

—De verdad, Olivia, algo me ha pinchado.

—Hmm... —murmuró, examinando el marco a simple vista. — Podría ser una astilla saltada de la madera o algún relieve demasiado afilado.

—Pues sea lo que sea, me ha pinchado.

Conozco lo suficiente a mi hermana como para saber que no nos iríamos de aquí hasta solucionar el problema del traumatismo dedal.

Con un gruñido de impaciencia, me inclino sobre el retrato, sintiendo una extraña energía que emana de él, aunque decido no darle mucha importancia. Reviso los bordes con cuidado, aparentemente todo está en su lugar, hasta que al pasar la mano por la esquina superior derecha del marco, una punzada me hace retroceder de golpe. Es ahí cuando veo unas diminutas gotas de sangre brotando de mis dedos.

—¿Te duele? — pregunta mi hermana, observando la escena con repulsión.

—No. —respondo, limpiándome la sangre en la tela de mis vaqueros. — Pero tienes razón, hay algo aquí.

Decido tomar el cuadro y colocarlo en el taburete del piano para poder examinarlo mejor. La molestia parece ser tan pequeña e irritante como mi hermana, lo cual no ayuda mucho que digamos.

La Sinfonía de un Alma PerdidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora