CAPITULO 3

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Olivia

Las nubes grises amenazan con soltar su furia sobre la pequeña localidad, y las gotas que se deslizan en la ventana son prueba de ello.

En un silencio sepulcral, mi padre conduce tras el Volvo del tío John, quien nos guía por las enmarañadas calles de la ciudad hasta la tienda de antigüedades de mi abuelo. Mi madre y Sophia, con la mirada perdida en el paisaje que se desliza ante sus ojos, parecen ajenas a la triste belleza que las rodea.

Inquieta en mi asiento, observo a mi padre a través del espejo. Sus ojos, clavados en el camino, reflejan el mismo dolor que el de los demás, cargados de un pesar silencioso por no haber defendido a su familia cuando tuvo oportunidad. No se lo reprocho, pero tampoco puedo enorgullecerme de ello. Al fin y al cabo, la situación familiar es más complicada de lo que pensaba.

A pesar de todo, mi padre y el tío John se aferran a un hilo de esperanza. Conocen la gravedad de la situación y son conscientes de la ardua batalla que les aguarda. Con el paso de los años, la vieja Rose se convirtió en un ser gélido, una mujer de corazón endurecido y frio, pero tan vulnerable como cualquiera de nosotros. Y eso era algo que no se podía negar.

La reciente pérdida de mi abuelo sólo empeoraba las cosas, sumiendo a la familia en un mar de incertidumbre. Ni siquiera sus propios hijos sabían si la actitud de su madre podría dar tregua algún día.

—Es aquí. — anuncia papá al detener el coche junto a la acera, apagando el motor y sumiéndonos en un silencio aún más inquietante. Mi mente regresa a la realidad, permitiéndome observar por un instante la fachada de madera y cristal que se irgue más allá de la cabeza de mi hermana.

Al contemplar por primera vez la fachada de la tienda del abuelo, me transporté a través de una antigua fotografía que papá guardaba celosamente entre sus pertenencias. Por alguna razón, me permitió conservarla después de sorprenderme ojeándola con curiosidad. En aquella imagen, el viejo Martin Carter posaba frente al reluciente escaparate de cristal, luciendo notablemente más joven, acompañado por dos adolescentes que, a pesar de su corta edad de quince y diecisiete años, parecían sobrepasar en estatura al patriarca. Los tres irradiaban una sonrisa cómplice y orgullosa, vislumbrando el futuro legado que la familia estaba destinada a forjar. Rememorar aquel instante me provocó un suspiro nostálgico, y al apartar la vista de la fachada de la tienda, me encontré con la mirada comprensiva del tío John, transmitiéndome calma y confianza. En ese gesto, hallé la certeza de que, a pesar de las circunstancias adversas, la familia permanecería unida y todo acabaría resolviéndose de la mejor manera posible.

Las manos de mi madre temblaron ligeramente al momento de coger la llave y girarla con cuidado hasta escuchar el tan esperado click. Una pequeña campana de latón nos da la bienvenida al empujar la puerta, dejando escapar un olor a encierro que nos envuelve al adentrarnos en el interior de la tienda.

El ambiente luce vetusto y descuidado, con la mayoría de los objetos expuestos en el mostrador cubiertos por una gruesa capa de polvo, al igual que las repisas de las estanterías que se erguían contra las paredes amarillas.

—Voy a encender las luces. — anuncia mi tío, moviéndose hacia el panel de interruptores y ayudándose con la linterna de su móvil.

—¡Huele a rancio! — se queja mi hermana, arrugando la nariz. — ¡Y el polvo me hace querer estornudar!

—¡Mira qué cosas más chulas! — exclama mi madre con asombro, levantando un cáliz de plata polvoriento y adornado con piedras rojizas. — ¿Cuanto tiempo ha pasado desde la última vez que estuviste aquí, John?

—Unos seis meses, más o menos. — las luces de la tienda se encienden, iluminando toda la estancia. — La salud de papá empeoró poco después de que nos hiciéramos con el último cargamento para la exposición.

La Sinfonía de un Alma PerdidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora