Capítulo 2

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Goku y Vegeta entrenaban casi a diario. Se la pasaban al menos unas ochenta y ocho horas a la semana juntos, incluso más cuando iban al planeta de Bills a entrenar por meses. Estuvieron tanto tiempo juntos que hasta se les había vuelto una costumbre. Ya que Vegeta se hubiese acostumbrado a Goku es otro asunto completamente aparte.

Vegeta aún se sentía extraño con la presencia de Goku. Cada vez que estaba cerca de él, sentía como si todo en su interior fuera a estallar en un millón de pedazos. Quería mantenerlo lejos lo más posible, pero cuando Kakarotto se acercaba a él por cualquier razón, él no parecía hacer nada por alejarlo. Es como si todos sus esfuerzos por mantener distancia de su rival fueran inútiles. Todos los sentidos del príncipe se inhibían por un segundo cuando Kakarotto estaba a su lado; como si no sintiera más que la enorme presencia del otro saiyajin junto a él. Podían pasar segundos que Vegeta ni se daba cuenta que el otro estaba a centímetros de su rostro. Era como si entrara en otra dimensión y se hubiera llevado al clase baja con él. Una vez volvía a este plano terrenal, el príncipe rápidamente se alejaba de Goku, molesto y gritando un repertorio de insultos que su rival ya conocía muy bien.

Vegeta detestaba estar cerca de Kakarotto por todas las emociones que lo hacía sentir, no porque no le agradara poder entrenar con alguien que siempre lo retara y lo empujara a volverse mucho mejor y más fuerte que antes. Cada vez se sentía más apegado a aquel saiyajin de clase baja que lograba superarlo una y otra vez. Era como si tuviese la necesidad de pasar más y más tiempo con él. Quería estar todo el tiempo con él, más no quería tener que lidiar con él. Asumió que solo necesitaba estar con el otro por su necesidad de superarlo y nada más que eso. Simplemente necesitaba de su fuerza, no necesitaba de él.

Ahora, si tanto detestaba estar con él ¿Por qué se ofreció a enseñarle todo sobre la cultura saiyajin? No es que él supiera mucho sobre los saiyajines. A pesar de estar preparado para todo, aún no sabía la historia de su pueblo en su totalidad. Los saiyajin se habían extinto, y junto a ellos, todos los pocos registros que habían quedado sobre la historia de aquella feroz y poderosa raza de guerreros. Aun así, Kakarotto no iba a saber si Vegeta se saltaba algún detalle o algo que decía está mal. Los saiyajines estaban demasiado muertos como para preocuparse de que alguna pequeñez se le escapara. Aun así, quería que todo fuese lo más meticulosamente perfecto posible. Así no tenía que pasar más de su tiempo con el otro saiyajin explicando de nuevo todo lo que le enseñó.

Vegeta por fin había llegado a la corporación capsula. Estaba tan hambriento como, en cierto modo, molesto y angustiado. No podía creer que de nuevo se había metido en una situación en donde tendría que pasar más tiempo con Kakarotto. Ya era suficiente con que él mismo le hubiera ofrecido hace mucho tiempo que entrenaran juntos todos los días. Se apresuraba demasiado a ofrecerle su tiempo a Kakarotto para luego darse cuenta de lo que estaba dando.

Igual y no le molestaba del todo el haberle pedido aquello que en su momento le pareció algo absurdo. Muchas de sus contiendas las había ganado Goku, pero claro estaba que Vegeta había empezado a aprender las maneras tan específicas en las que su rival luchaba. Por cada encuentro el príncipe aprendía una cosa nueva sobre el estilo de su oponente. Tanto aprendía sobre su oponente que aquello le ayudaba a llegar a una racha considerable de victorias, hasta que el de clase baja decidía cambiar su estrategia y el ciclo se volvía a reiniciar. A pesar de todo, no se sentía para nada tedioso. La adrenalina corría por las venas de Vegeta cada vez que se encontraba con Kakarotto para luchar, y él estaba seguro de que Kakarotto sentía lo mismo.

No tenía ganas de recorrer toda la corporación para ir a una de las cocinas, así que simplemente fue en busca de una ventana abierta, esperando claro a que una lo estuviese. Revisó la primera, cerrada. La segunda, cerrada. Tan solo quedaba una más de las que se podían abrir, si aquella ventana estaba cerrada iba a volarla en mil pedazos. Para suerte de la ventana, esta se encontraba abierta. Una vez ahí, apretó uno de los botones que le traía un robot cocinero. Unos cuantos segundos después, llegó aquella máquina, lista para que Vegeta presionara aún más botones que le traería toda la comida que él deseara. Tenía tanta hambre que podría comerse tres vacas enteras, y aún con eso estaba seguro de que no se llenaría. El robot se fue a prepararle la comida al príncipe.

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