Capítulo 5

260 35 9
                                    

Como lo había planeado, fue a buscar el radar. A pesar de que todos y cada uno de los empleados sabían que Vegeta vivía ahí, las esferas del dragón eran asunto de Bulma y solo de Bulma. Así que tenía que escabullirse para poder llevarse el radar. Fue al cuarto donde suponía que iba a estar y ahí lo encontró, sin resguardar, como si dijera "tómame". No había NADIE resguardando aquella habitación, así que asumió que él era el encargado de resguardar aquel instrumento. Eran las cuatro de la mañana, y desde que todo esto había empezado, era la típica hora en la que Vegeta aún no iba a dormir. Si alguien estaba despierto para detener a quien intentara robar el radar, era él.

Entró a la habitación, tomó el radar, fue a la primera ventana que encontró (y en donde cupiera) la abrió, y salió en busca de las esferas.

Por suerte, la mayoría de las esferas no estaban resguardadas por personas, y la que estaba, la entregaron después de un tiempo de negociarla.

Cuando terminó de recolectarlas, eran aproximadamente las seis de la tarde. Empezaba a oscurecer, pero Vegeta necesitaba que estuviera completamente oscuro. Nadie podía enterarse de su situación. No podía haber NADIE que le recordara lo que había pasado una vez se resolviera su problema.

Se quedó sentado en el mismo páramo que conocía tan bien y esperó un par de horas a que oscureciera. Pasaron unas horas cuando decidió que ya estaba lo suficientemente oscuro, así que se movió un poco lejos de donde estaba, luego procedió a decir aquellas palabras que traerán al dragón para conceder sus deseos.

—¡Sal de ahí, Shenlong y cumple mi deseo! — ordenó Vegeta.

Con un brillo, el dragón apareció. Vegeta subió la mirada para poder verlo claramente y poderle decir sus deseos y por fin terminar con sus problemas.

Shenlong le dijo a Vegeta que dijera su deseo, y este obedeció.

—¡Quiero que cures mi hanahaki! ¡También deshazte de mis sentimientos románticos por Kakarotto! — dijo, con el tono más serio y fuerte que pudo articular. La verdad es que tenía miedo.

Miedo a que su racha de mala suerte hiciera que su problema no tuviera una solución tan fácil como esa.

Y sus miedos se confirmaron, una vez el dragón pausó un momento, sus ojos no brillaron como acostumbraban y luego habló.

—Me temo que no podré cumplir ese deseo. — dijo con el tono monótono con el que hablaba siempre— No puedo interferir con la voluntad de un dios. Pide otro deseo.

¿La voluntad de un dios? ¿Acaso un dios lo había maldecido? Vegeta estaba molesto, intranquilo, desesperado. Cerró sus ojos y masajeó sus sienes. Movió sus palmas hacia arriba y las entrelazó en su cabello, mientras apretaba sus ojos. Respiró fuerte una, dos, tres veces.

Quería destruirlo todo. No puede ser que ni siquiera el maldito dragón pudiera resolver su estúpido problema ¿Qué demonios tenía que hacer para que las cosas por fin mejoraran? ¿Qué cosa tan horrible había hecho que tuviera que pagar con ese sufrimiento? ¿A qué dios tenía que matar para que su problema se esfumara?

¿Qué es lo que tenía que hacer para acabar con su predicamento?

¿Qué

Tenía

Que

Hacer...?

Estaba a punto de decirle al dragón que se largara, hasta que se dio cuenta que la respuesta a su pregunta estaba frente a él.

Si sabía la naturaleza y el origen del hanahaki, era más probable que supiera qué hacer y cómo quitárselo.

Al menos eso esperaba.

DEADFLOWERDonde viven las historias. Descúbrelo ahora