Prólogo

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Hanahaki, una especie de enfermedad que era propia de la raza saiyajin, se había extinto junto a ellos. O al menos así Vegeta pensaba, hasta que él mismo la contrajo.

Era una enfermedad bastante rara entre los saiyajines, sin embargo era posible contraerla. Vegeta apenas y pudo aprender sobre ella una vez estuvo consciente de su entorno. Su padre le había dicho que Hanahaki era una enfermedad la cual la cura era bastante difícil de conseguir. No era contagiosa y no había tanta investigación sobre aquello por la naturaleza saiyajin.

"Una vez un saiyajin contraiga esta enfermedad, morirá ahogado por flores que aparecen en sus pulmones" Vegeta escuchaba atentamente a su padre. El saber todo sobre su propia raza era no sólo un requerimiento como príncipe, sino que también era un pequeño hobby que tenía.

Vegeta estaba preparado para todo: famina, invasión, epidemias y fenómenos sociales. Sabía su historia al derecho y al revés. Estaba preparado para liderar.

Más no estaba preparado para ser víctima de una enfermedad que en su tiempo consideraba "Una ridiculez que sólo se le ocurre a los insectos de clase baja".

Al principio no era serio. Una pequeña molestia en el pecho, un poco de dificultad para respirar. Nada de eso lo alarmaba "Simplemente estoy cansado". "Es temporada de alergias, si les afecta a los terrícolas ¿Por qué no me afectaría a mi también?".

Ya no tenía el apetito característico de los saiyajin, apenas si podía terminar tres platos de takoyaki sin sentirse extremadamente lleno (a diferencia de los veinte que consumía como un refrigerio). Sentía un sabor perfumado en su garganta, como a lo que huele el mochi que compra Bulma cada vez que salía de compras con la ex-esposa de Kakarotto.

Así pasaba todos sus días hasta que después...

«cof cof» un pétalo de rosa marchita caía de su boca.

«cof cof» caía otro...

y otro...

y otro...

Cuando menos se dio cuenta, con tantos pétalos que había sacado, podía llenar uno de los boles de popurrí que Bulma tenía en la corporación. Dos, tres, cuatro boles llenos hasta desbordarse. Sentía que se sofocaba, más no podía hacer nada ¿Moriría ahí mismo?

Rosas marchitas y unas cuantas espinas salían de su garganta y de su nariz. No sabía cuánto llevaba ahí. Su espera se había convertido en un martirio floral. Una vez sintió que definitivamente moriría, lo sacó todo. Parecía que hubiera carraspeado tres arbustos de rosas con todo el desperdicio que estaba en el suelo. Una vez dejó de sofocarse, respiró tan fuerte que parecía que era la primera vez que lo hacía en años.

—¿Hanahaki?— se dijo Vegeta a sí mismo en voz baja. Como si alguien fuese a escucharlo en el territorio tan remoto en el que se encontraba.—Pero eso sólo les pasa a los saiyajines que...

"Hanahaki solo le ocurre a los saiyajines que sufren de un amor no correspondido" escuchó la voz de su padre en un eco. Las relaciones amorosas entre los saiyajines eran bastante raras, muchos de ellos nunca llegaban a experimentar la necesidad o el deseo de estar en una relación romántica. A diferencia de los terrícolas que eran lo inverso. Eso hacía que la enfermedad fuera extremadamente rara y no hubiera una cura conocida.

O al menos una que él no conociera, ya que la lección del Hanahaki fué la última lección que le dejó su padre, antes de que el planeta Vegeta fuera destruído, y con ello se haya llevado a la raza saiyajin.

Vegeta no podía identificar el momento exacto en el que esa planta de sufrimiento y angustia empezó a crecer en su sistema, pero sabía quién era el responsable de todo esto.

Kakarotto...

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