La Ratita Presumida

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Siento cómo mi realidad se divide. Estoy sentada en primera fila del teatro antiguo. Luces apagadas. Se abre el telón. Una joven pasea descalza, con ropa ligera, clara, por el camino pedregoso, agrietado, seco, del tenebroso bosque, con la luna oscura sobre sus hombros. Su corto cabello de fuego ardiente era su Polaris maldito. Maldito y engañoso, por llevarla entre los árboles leñosos, hogar de las criaturas de la noche, cuyos ojos grandes inyectados en sangre, admiraban y deseaban desde la más profunda de las fantasías lujuriosas cada curva, cada peca, cada estría y cada marca de su inexperto cuerpecillo.

El delicado y dulce aroma de la niña dejaba su rastro como migas de pan por el bosque, perdido ya el camino, pero ella sólo sentía el metálico sabor de los acechadores.

Predadores y presas se reúnen en el bosque, se persiguen, se muerden, se queman y se comen entre ellos. Pero hoy, predadores y presas aplauden a las crías, primerizas en su salvaje juego orgásmico, predispuestas por su naturaleza a aprender jugando.

Una fogata. Nuestra pequeña criatura calentaba sus manos y miraba el camino recorrido. Comenzó a dar vueltas, como drogada, sosegada o dormida, admirando la tenue brisa y el sonido de su roce con las hojas.

Respira y deambula ausente del mundo que la rodea, y eso hace cabrear a las bestias. Una se acerca sonriente, queriendo ganar su confianza, apropiarse de su mente, de su cuerpo, de su voluntad. El tacto suave y seductor de la niña obliga a la bestia a reprimir sus impulsos, y ella lo sabe, y despliega su erotismo ante ella para ver hasta qué punto puede llegar. El tiempo se acaba para la joven. Sumido en los deseos que niega tener, coge firmemente las caderas de su presa y la atrapa en su cuerpo, arrancando su ropa, mordiendo sus senos, tirándola al suelo y golpeándola con fuerza. Gritos y aullidos acompañan a la primera pareja de la noche.

Noche larga, quizá eterna, si no se libera como presa. 

En el momento más oscuro de la noche, entre los troncos abandonados y quemados del pecaminoso bosque, las pequeñas y rotas patitas rosadas de una blanca rata corretean entre los escombros, y con los ojos desorbitados, chupa troncos y se clava astillas en los dedos en busca de algo dulce. Me pregunto si está perdida. Me pregunto si se reconoce. Me pregunto si busca comida.

Ha llegado a trompicones a la vera de un río. Con la lengua fuera, sangrante, su boca hinchada desde las encías hasta las papilas, busca consuelo en la corriente cristalina y se asombra ante su reflejo. Al principio pensó que una muchacha estaba justo detrás de ella, pero cuando volvió a asomarse al río para comprobar si esa imagen le pertenecía, perdió la fuerza y fue absorbida por el agua.

Cuentos en el BosqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora