Prólogo

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Joanne Smith jamás esperó llamar la atención en su primera temporada, de hecho, nunca había pensado en llamar la atención de nadie y en ningún aspecto de su vida. Desde pequeña había aprendido a pasar desapercibida, aunque al lado de sus hermanas eso no era cosa difícil. Aún recordaba cuando intentaba hacer algo de pequeña y sin embargo pronto terminaba rindiéndose gracias al poco apoyo que recibía de su madre o las institutrices, las cuales solo celebraban las buenas cualidades de las otras Smith. Sus hermanas Beatriz y Letizia siempre acaparaban la atención. Si ella hacía algo, por supuesto que ellas lo harían mejor. ¿Tocar piano? Letizia era una maestra en eso. ¿Cantar? Ah no, eso era cosa de Beatriz. ¿Bordar? Bueno, en eso ambas hermanas mayores le quitaban amplia ventaja e incluso parecían competir entre sí por llevarse el título de la mejor bordadora de todo Londres; y aunque siempre se había esforzado por al menos ganarse una aprobación de su madre, nunca lo había conseguido.

Su padre el barón de Seaford era con quién mejor relación había tenido, incluso muchas veces cuando su madre estaba tan entretenida con sus hermanas como para girar a verla, él se la había llevado a hacer diligencias o incluso al campo y le había enseñado a disparar dándose cuenta de que su hija ni siquiera necesitaba grandes lecciones, pues tenía un don nato para el tiro con escopeta. También había pasado horas en su despacho, ayudándolo con las cuentas de la casa, por supuesto a escondidas de su madre quien creía que ella simplemente estaba leyendo algún libro. Su padre le había heredado el amor por las matemáticas y sobre todo el talento para hacer grandes cálculos mentalmente. Lástima que él había fallecido cuando ella tenía quince y ni siquiera había podido acompañarla en su debut como jovencita casadera, tal vez eso era lo mejor, le dolería ver mucho ver a su padre decepcionado de ella. A veces lo extrañaba mucho, él siempre alababa sus habilidades con las armas o su inteligencia, cosa que su madre aborrecía diciendo que eso no atraería un marido.

Por otra parte, su hermano Oliver tampoco era malo, a pesar de que se llevaban trece años, podía decir que era con quién estaba más cerca y quién había prestado su hombro para llorar la muerte de su padre, porque mientras ella lamentaba su perdida, sus hermanas y su madre estaban ocupadas comprando nuevos vestidos y practicando técnicas de seducción, diciendo que así lograban apalear la tristeza de la perdida. Aunque claro, Oliver se había casado hace dos años y eso había hecho que se vieran con menos frecuencia y no lo culpaba porque no era alguien que tolerara muy bien a las mujeres Smith, así que ella y su madre se habían trasladado a una pequeña, aunque nada modesta propiedad y su hermano se había quedado en la casa donde habían crecido, ocupando su lugar como barón de Seaford. Al menos podía ir a visitarlo algunas veces, su esposa Prudence era un encanto con ella e incluso se había ganado más afecto de su parte en dos años que sus hermanas en toda la vida. Su cuñada rebosaba amabilidad y estaba feliz de saber que su hermano estaba con una mujer tan buena como ella, por no mencionar que ya estaban esperando a su primer hijo, cuestión que la tenía feliz porque amaba tener sobrinos, deseaba tener pronto en brazos al pequeño Smith y apenas faltaba un mes.

Su madre por otra parte, parecía haber visto su poco potencial para el mercado matrimonial incluso antes de presentarse en sociedad porque toda su dedicación la puso en sus hermanas mayores. ¿Y cómo culparla? Si las dos rubias tenían brillo propio, estaba segura de que ambas tenían el poder de encandilar a las personas cuando entraban en la habitación y claro que sonaba dramático, pero en su mente eso sucedía, los hombres reservaban una pieza de baile poniendo sus nombres en su carnet apenas entraban a los salones. Tampoco era que fuera testigo de aquello teniendo en cuenta que cuando ella se presentó en sociedad sus dos hermanas ya estaban felizmente (o eso creía) casadas.

Beatriz tenía treinta años y había logrado casarse con apenas diecinueve con un adinerado ingeniero proveniente de una familia excelente, siendo hijo único era el heredero de todos los años de trabajo de no solo su padre sino de su abuelo y tal vez su bisabuelo si no recordaba mal, cosas de las que su hermana se enorgullecía, aunque cuando empezaba a presumir a su esposo, ella prefería quedarse al margen de la situación. Juntos ya tenían dos niños y una niña a quienes adoraba, además teniendo en cuenta el poco apego y cariño que su hermana mostraba por ellos, le gustaba cuidarlos y sobre todo mostrarles el afecto que su madre no les daba.

Una decisión de amor © TL #5Donde viven las historias. Descúbrelo ahora