Capítulo 4

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— Hija, ¿estás bien?

Doy un respingo y veo a mi mamá, un poco agitada, en la punta de la escalera y con una linterna en mano.

— Sí... ¿Qué haces aquí?

Pregunto confundida y miro a mis lados con disimulo. ¿A dónde fue?

— La señora Esther me llamó, dijo que vió a un hombre entrar por la ventana de tu habitación. ¿Qué haces aquí abajo? ¿por qué todo está oscuro? —alza la voz— ¡Tienes que explicar muchas cosas Trixie Cooper!

— Mamá, tranquila. Yo no he hecho nada —camino hacia ella y viene bajando las escaleras—. Bajé aquí porque la corriente se fué.

Frunce el ceño.

— Está todo el vecindario alumbrado

— Por eso mismo estoy aquí. Venía a ver si hay que subir la palanquita de la cajita esa.

Indico con mi dedo a una caja roja y ella suspira. Llega a donde la caja, mueve unos cables y todo vuelve a tener luz.

— Se hizo la luz —digo feliz, pero inmediatamente toda esa alegría se esfuma al ver la cara de mi madre— ¿Qué pasa?

— Vamos a la cocina. Necesito un trago para relajarme.

Me pasa por al lado sin mirarme a la cara. Aunque siento que me tiemblan las piernas, le sigo detrás en silencio. Se ve agotada, pobre de mi mami. Ordena a sus escoltas revisar toda la casa y una vez en la cocina, se sienta enfrente de mí, mirándome a los ojos fríamente.

— ¿Quién fue el que entró por la ventana de tu habitación? —pregunta mientras hace sonar los hielitos del whisky en el interior del vaso.

— No sé de qué me hablas mamá —me apoyo en la mesa, sentada en una silla. Casi me caigo—. Yo cené, ví un poco de películas y me fui a dormir. Hasta que se fue la corriente.

— Esther me llamó preocupada. Ella no me llamaría por falsas emergencias.

— Mamá, no sé qué habrá visto ella, pero ya te digo que yo no metí a nadie a la casa. Sabes que te hubiera dicho primero.

Además que, nunca lo he hecho.

— Trixie, no me mientas. Perderás mi confianza —advierte.

— Te lo juro mamá. No sé nad... —dejo la palabra en el aire cuando recuerdo de haber visto la ventana abierta— ¿A qué hora fue eso? —reitero.

— Deberías saberlo tú, no yo.

Se encoje de hombros, bebiendo su bebida, sin dejar de mirarme. Me está poniendo nerviosa.

— Te demostraré que no estoy mintiendo. Dime la hora.

— A las once en punto, por ahí.

— En ese momento, yo me estaba cepillando los dientes. Cuando salí del baño ví la ventana abierta, me extrañó eso, pero no le dí importancia.

Revivo el recuerdo unos segundos en mí mente y las pupilas pequeñas de mi madre fueron las que me hicieron poner seria y sentir el frío en mis mejillas.

Ay no, ¿un ladrón? ¿Era el del sótano?

— Ósea, que viste la ventana abierta, así de la nada, ¿y seguiste normal?

— Sí mamá, pensé que era otra de mis olvidadas.

Ahora sí me tiemblan las piernas.

— ¿Revisaste bien la casa antes de dormir?

— Que sííí —sale pesado el sonido de mis cuerdas vocales, no miento— No había nada.

— Perdone, señora —dice Maximo, bajando las escaleras.

Obsesión escrita en sangre [PAUSADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora