2: Un bocado agridulce (2)

284 23 8
                                    

Cuando subí al auto me pareció ver a Spence con una expresión muy atípica de él.

—Hola Spence.

—Hola, Leo.

No sonrió, y lo más extraño de todo eso es que me llamó por mi nombre, o bueno, el diminutivo que prefería; pero no por ese tonto apodo que me tenía. Esa fue la primera vez que lo escuché llamarme de otra manera.

Todo el camino se mantuvo en silencio. Mientras esperaba con él en la recepción de la veterinaria por Daisy, decidí preguntarle qué pasaba.

—¿Te sientes bien?

Él se volvió a verme confundido, alzó las cejas y mustió cómo si no supiera a qué me estaba refiriendo.

—Sí. ¿Por qué lo preguntas?

—Es que, tú nunca estás tan serio.

—Estoy cansado. Es todo.

Desvíe la mirada al suelo y pensé que lo mejor era no seguir insistiendo. Me daba la impresión de que Spence estaba molesto por algo, su cara no denotaba cansancio. Pero a mí no se me pasaba por la cabeza cuál habría sido la razón por la que alguien tan paciente y tranquilo como él estuviera molesto, a lo mejor se trataba de un tema delicado que no querría tocar.

—¿Qué te pasó en el cabello? —soltó de la nada.

—Se me pegó una goma de mascar y no la pude sacar.

—¿Se te pegó? —preguntó incrédulo.

Asentí en silencio desviando la mirada una vez más, no era bueno al mentir y esconder las cosas. Ya con el tiempo pude desarrollar esa habilidad.

—¿Cómo te fue en la escuela hoy? —me preguntó siguiendo la conversación.

Al principio dudé en qué responder, me tomó por sorpresa su pregunta porque yo realmente creí que seguirá jugando al mudo el resto del día.

—Bien, bien... —asentí con la cabeza—. Ya parece menos pesada ahora que tengo un amigo ahí.

—¿De verdad?, así que por eso tardaste un poco.

—Sí. ¿Te hice esperar mucho?

—No, no te preocupes —mencionó volviendo a sonreír— Me da gusto que hagas amigos.

Saqué una sonrisa forzada. En ese momento iba saliendo un empleado que nos entregarían la perrita que mi madre adoptó hace dos años.

—Oye, Leoncito —me llamó Spence antes de que subiera al auto—. Feliz cumpleaños— revolvió mi cabello.

—Gracias Spence.

—Te debo tu pastel, ¿de qué sabor lo quieres?

—No voy a celebrarlo.

Torció el gesto.

—Eso es por Lowell, ¿no?

—Conoces la respuesta.

—No puedes dejar que te arruine tu día así. ¿Ya no volverás a celebrar tu cumpleaños solo por evitar que Lowell te fastidie el día?

—Es fácil para ti decirlo. La última vez Lowell le puso eméticos a mi pastel, no pude dejar de vomitar por horas y tuvieron que ponerme una intravenosa a causa de la deshidratación—me subí al auto—, ¿todavía crees que estoy exagerando, Spence?

Él subió también, se quedó pensativo antes de arrancar el motor, luego soltó un enorme suspiro.

—Es que me parece muy injusto...

BORDERLOVE Donde viven las historias. Descúbrelo ahora