Los lunes por la mañana son los peores. El autobús llegaba tarde, no había regaliz rojo en el kiosco y a primera hora tenía inglés. El autobús salía a las ocho en punto, pero los lunes había otro conductor y venía a y diez. Siempre suelo pasar a comprar un regaliz rojo por el kiosco que hay al lado de la parada, me suele durar hasta que llego a la entrada y cuando salgo, me compro otro y me dura hasta que llego a casa, a veces un poco menos.
-Lo siento, hasta las nueve no llegará el camión.
Bueno: que para volver a casa había. Malo: que me sacaba de quicio que las cosas malas pasaran los lunes por la mañana. El móvil vibró. Suelo tenerlo en silencio, pero esta vez se me había olvidado. Miré y era Aaron. ¿Qué quería ahora? ¿Dónde estás? Le respondí rápidamente. Me ha llamado mamá, vamos a irnos a ver a los abuelos. ¿Un lunes? No es que no me gustara hacer novillos pero... Los abuelos vivían en Segovia, la última vez que estuvimos por allí fue cuando nos dijeron que papá se había muerto. Eran los padres de mi madre, algún día que otro venían a vernos, pero nunca estábamos en casa. El abuelo se acababa de jubilar y podrían venir más a vernos.
Todo estaba igual, los mismos cuadros, el mismo olor a pino, el mismo color de pared, el mismo suelo de madera y los mismos muebles. Faltaba el cuadro de mamá cuando se casó con papá. Fue la abuela la que nos abrió. Estaba un poco más mayor. Nos abrazó y nos dio un montón de besos a todos. Fui al salón y estaba tal y cual lo dejé, incluso podía volver a presenciar aquel momento.
-¡Pedro!
El abuelo bajó unos minutos después con un barco. Cuando lo tuve delante, leí en aquella placa dorada que había debajo de la maqueta Titanic. Se lo dio a Aaron y él se emocionó, pero no lloró. Mamá empezó a mirar a observar todo y a recordar. Aaron y el abuelo se fueron al taller del abuelo a hacer más barcos. Marta se volvió a sentar en el suelo y sacó su móvil. Mamá volvió a la cocina y empezó a hacer la comida con la abuela. Todo estaba como aquel horrible día.
Fui a las estanterías del salón y busqué aquel libro. El diario de Nhoa. Miré la primera página y había una dedicatoria.
Para mi pequeña princesa, para que nunca se olvide de nuestro maravilloso crucero y de lo que le quiere su padre.
Me senté en el sillón y empecé a leer por donde lo dejé la última vez. Ya había visto la película, pero era como si todo volviera a ser como aquel fin de semana sin la noticia. ¿Qué hubiese pasado si todo hubiese seguido según los planes de mamá? Quizá no estaría ahí, ya hubiese leído el libro y tendría otros amigos. Ah, y papá seguiría vivo.
¿Ya estamos haciendo novilladas? Era Andrea. Siempre preocupándose por mí. Ya no sé si es por no quedarse sola o porque realmente me echa de menos. La única que hace novilladas aquí eres tú, ¡el móvil! Yo solo estoy de visita a mis abuelos. No tardó en escribirme, así que supuse que estaría en el baño. Espero que estés mañana aquí para el partido y luego, para el cumpleaños de Jorge.
¡El cumpleaños! Se me había olvidado. Entonces, como si estuviese ahí solo para mí y para Jorge. Frankenstein. La verdadera novela. A Jorge le gustaba mucho leer tebeos y ciencia ficción, supuse que le gustaría mucho. Cogí un bolígrafo y le hice una dedicatoria. Entonces, llamaron a la puerta.
-¿Quién es?- y como siempre me tocaba abrir a mí.
Era otra vez aquel enorme policía, al que nunca me saqué de la cabeza. Quizá podía pasar por mi padre o más, pero aquel abrazo me hizo volar. Soñé durante todo el año con aquel hombre, con que volviera a verme. Y ahí estaba, sonriendo y con un ramo de flores. Pero por otro lado, me tembló todo. ¿Y si traía otra mala noticia?
-Hola.
-¿Quién se ha muerto?
-Nadie- se echó a reír.- Me habían dicho que estabais en el pueblo y quería pasarme...
Mi madre salió de la cocina. Se abrazaron. El hombre que me había quitado el sueño podía ser algo de mamá. Entonces, algo repulsivo salió de mi boca. Gilipollas. Volví al salón y seguí leyendo el diario de Nhoa. Pero era diferente, simplemente fue ver el abrazo y olvidarme completamente de aquel hombre. Fue como si aquella paloma que había entrenado durante tanto tiempo para que volase se hubiese muerto sin nunca volar.
-Oye, Raúl, ¿te quieres quedar a comer?
Y me di cuenta de lo bien que quedaban sus nombres: Raúl y María. Y entendí, que mi madre podría volver a enamorarse y quizá a rehacer su vida. ¡Qué estoy diciendo! ¿Y Luis? Prefiero a Luis. No es que no me guste Raúl para mamá, no es que le quiera para mí ( o un poco) solo que, Luis es mejor, es más apropiado para mamá. El abuelo y Aaron no tardaron en bajar con otra maqueta hecha. Y así, con Raúl y millones de conversaciones pendientes, se pasó el lunes.
P.D: Odio los lunes, la casa de los abuelos y los recuerdos que me producen.
ESTÁS LEYENDO
¡Tengo ganas de verte!
RomansaAmo como ama el amor. No conozco otra razón para amar que amarte. ¿Qué quieres que te diga además de que te amo, si lo que quiero decirte es que te amo?