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Estoy loca por la literatura romántica, esos libros que pueden provocar diabetes a más de uno, a mí me producen la sensación de que efectivamente en realidad los hombres de cuento no existen. Los libros están hechos para idealizar de manera maravillosa todo aquello que por muchas razones en la vida real no lo es, y con eso me refiero a que los príncipes azules no te derraman un café caliente en el primer encuentro, no por lo menos de una manera tan catastrófica como la que acaba de hacer el chico que tengo delante, ¿mencioné ya lo atractivo que es?, si, pero no lo suficiente como para mostrarle una cara de desagrado considerable ante la situación creada. Sé que le dije que no había problema, que era solo café, bueno, eso era antes de observar la gran mancha que ahora tenía mi preciosa chaqueta marrón. Estaba poniendo una pila de servilletas encima del líquido derramado sobre la mesa cuando el hombre de ojos oscuros vuelve ha hablar.

—¿Te parece bien si te compro otro?, no quiero que te quedes sin café, lo estabas disfrutando. —Le miro con duda, debatiéndome entre darle mi perdón o amenazarle con que me pague lo que ha costado mi chaqueta favorita, me decanto por la primera.

—Cappuccino con canela y leche sin glúten, por favor. —Él solo asiente con la cabeza y le veo acercarse a la barra mientras yo termino de limpiar el café con una masa de servilletas amarronadas.

Cuando vuelve a la mesa yo ya estoy más calmada, las pequeñas gotas de llovizna se habían convertido en una variante del diluvio universal haciendo que el local se llene considerablemente. Me quede observando unos segundos, tenia el pelo revuelto de un color marrón casi negro, con un corte moderno, pero corto. Sus ojos eran marrones, un marrón muy oscuro, como un tronco de madera mojado o el chocolate caliente con churros que bebía en las tardes de invierno en España. Tenía barba de varios días, oscura al igual que su cabello, y cuando llevo demasiado tiempo mirándole noto su sonrisa, con los dientes frontales ligeramente desordenados.

—¿Cómo te llamas y por qué has decidido tirar mi café? —El extraño me mira con sorpresa ante la segunda pregunta, me da vergüenza admitir que no se por qué he dicho eso, quizás para evitar que se diera cuenta de que le estaba observando demasiado.

—Me llamo Simón, pero la gente me llama Simo y no he querido tirar tu café a posta, pasé demasiado rápido al lado de tu mesa, ¿tú como te llamas?

—De acuerdo Simón. —El francés carcajeó al notar que había ignorado completamente el hecho de que me había pedido que le llamara Simo y no Simón, quizás porque sonaba como si su madre le estuviera riñendo— Me llamo Victoria.

Entonces él solo asiente, dejándome claro que ya no hay más conversación, que no le ha parecido raro mi nombre y que puedo seguir con mi libro "super ñoño", eso mismo hago.

Al cabo de lo que parece ser una hora las sobras de mi café ya están frías, he conseguido apuntar algunas ideas para una sesión en una servilleta con el logo de la cafetería y Simón decide cerrar su portátil con velocidad y guardarlo en su bandolera color verde botella.

—Listo, he terminado y es la hora perfecta para ir a casa a descansar, el día esta horrible. —Simón frunce la nariz mientras mira por la cristalera por la que pasa un hombre con un paraguas roto en la mano y el pelo chorreando—.

—Si, la verdad es que tumbarse en el sofá para ver una película con una manta parece un plan tentador, menudos días me han tocado para estar de vacaciones.

—¿Estás de vacaciones?, ¿y vives aquí y no te has ido a algún lugar a disfrutar? Eres una chica rara.

—Son unas vacaciones obligadas, ya sabes, estrés "bla bla bla", descanso "bla, bla, bla"... No importa, estoy bien aquí. —Simón parece dudar unos segundos antes de hablar, por lo menos hasta que se aclara la garganta mientras se sube la cremallera del abrigo, un abrigo que no se en que momento se ha puesto.—

—Se que según tú son obligadas, pero aún así espero que tengas unas buenas vacaciones Victoria, vivo a una manzana de aquí y mi chaqueta tiene capucha, te dejo el paraguas.

—No seas tonto, no hace falta Simón, llegaré a casa rápido y además no creo ponerme enferma por unas gotitas de nada. —No puedo continuar porque la campanilla de la puerta me indica que él ya la ha abierto para irse, se queda unos segundos sujetándola antes de posar un pié en la acera y se vuelve hacia mí para mirarme.—

—Espero volver a verte Vic, tienes que devolverme el paraguas, es de mis favoritos.

Y sin más se va. Puedo ver ha través del cristal como corre por las calles para poder huir del frío, y no es hasta el momento en el que vuelvo a dirigir mi vista a la mesa que me doy cuenta de que ya no solo hay una servilleta junto a mis cosas, sino dos. Una tiene mis ideas para la sesión de unos clientes que tengo pendiente, y la otra, con una escritura rápida y sucia, tiene un número de teléfono.

Cuando Victoria Se Enamora ··· Simón HempeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora