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Si me paro a pensar unos segundos mi adolescencia tuvo lugar antes de ayer, de manera metafórica claro. Había trabajado un año en España, en aquel estudio pintoresco que se encontraba en una de las calles paralelas a Serrano. Lo llevaba una señora de unos cincuenta y pico años que tenía unas gafas rojas extravagantes y unas caderas "resultonas". Recuerdo que la conocí cuando vino a dar aquella charla sobre la disposición de los colores en la facultad, admito que yo no presté mucha atención, pero al parecer ella si se quedó con mi cara y unas semanas después del fin de carrera me ofreció unas practicas en su estudio. Se llevó un disgusto cuando le dije que me iba, bueno, más que un disgusto fue un ataque. Cuando le dije que me iba a Argentina me habló de lo mal que se vivía allí, de lo frecuentes que eran los robos y de lo poco que me convenía irme, no le hice caso. No porque no la creyera, era bastante novata y creía todo lo que decían, no le hice caso por el simple echo de que mi billete ya estaba comprado y ya había conseguido meter toda mi ropa en solo dos maletas, y eso ya era mucho para mí. La conclusión de todo esto es que mi única experiencia en el mundo real han sido mis últimos meses en Buenos Aires, y en mi mente a pesar de tener casi veintitrés años, todavía soy una adolescente. Quizás porque todavía me sigue preocupando enormemente la opinión de la sociedad, o porque estoy sentada agarrando las piernas delante de mi teléfono, observando con cautela la pantalla en la que ahora se puede ver un nuevo contacto, Simón.

Cuando llegué a mi casa de la cafetería mi mente estaba mareada y el paraguas casi tan empapado como mis pantalones. A pesar del frío que guardaba en ese momento mi cuerpo y el escaso movimiento que podían realizar mis dedos congelados no me di una ducha de agua caliente, ni puse música por todo lo alto, ni comí palomitas hasta terminar la serie de Netflix que me estaba viendo en ese momento. Solo me senté en el sofá e imagine mi futuro. No tenía ni idea de que quería hacer con mi futuro y era difícil asumirlo porque me había pasado gran parte de mis años de instituto planeando cada segundo de mi vida adulta, siento decirle a mi yo del pasado que le he fallado porque contra todas sospecha no parece que me vaya a casarme o formar una familia como había planeado, para eso todavía quedaba mucho. Pero cuando pienso en mi futuro no me centro en el trabajo o el éxito del estudio, pienso en que han pasado cinco años desde mi último novio serio y que me he centrado tanto en mi trabajo que no le he dado lugar ha hacer muchos amigos, a pesar de que mi amiga Clara me prometió que aunque me subiera en ese avión y me fuera, seguiríamos haciendo fiestas virtuales en videollamada por el ordenador.

Frente a mí sigue el número de Simón, el cual posiblemente acaba de llegar hace unos minutos a su casa y esta maldiciéndose por haberle dado su paraguas a una extraña en una cafetería cualquiera en la que prácticamente no han intercambiado palabra. Ahora tengo dos opciones, llamarle y que se piense que estoy más loca de lo que ya parecía, o ignorarle, no llamarle, no volver a esa cafetería donde estaba esa chica tan mona y comprarme un montón de gatos en plan cliché de señora solterona. Entonces le llamé. Y sonaron solo dos tonos hasta que me contestó.

—Simón, ¿quién llama? —Y en ese preciso momento me arrepiento de haber pulsado el botón de llamar, porque ni si quiera se para que lo llamo, ni tengo un discurso planeado.—

—Simón, perdón que llame así, soy Victoria...

—¿La española que me gritó en la cafetería?, si, creo recordarte, nos vimos hace una hora, ¿pasó algo?

Pido a Dios que ahora mismo me trague la tierra.

Cuando Victoria Se Enamora ··· Simón HempeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora