Capítulo 39

17.9K 1K 301
                                    


Me retuerzo, asfixiada entre los brazos que me inmovilizan. Mis dientes están firmemente apretados mientras trato de quitármelo de encima. Empujo la mano enguantada que presiona mi mandíbula en un intento de introducir el líquido a la fuerza. Frente a nosotros, el otro sujeto nos observa hecho un manojo de nervios.

—Solo empújalo en su garganta.

—Tampoco puedo lastimarla—maldice mi opresor, intentando colar sus dedos en mi boca. Muerdo con fuerza hasta sentir el sabor metálico de su sangre y solo entonces retrocede siseando una maldición—. ¡Mierda!

Su compañero se abalanza hacia él.

— Ya no podemos tardar más —espeta mordaz—. Deje de hacer esto difícil y abra la boca.

Mi pánico escala niveles más altos cuando desenfunda una pequeña navaja y amaga con ponerla en mi cuello. Ni siquiera alcanzo a gritar cuando la puerta es abierta de golpe y se ven obligados a ponerse en guardia.

Todo sucede demasiado rápido para que pueda procesarlo. Un grupo de al menos diez personas irrumpen, armados y listos. Mis atacantes apenas logran ponerse en posiciones defensivas cuando los otros se precipitan y en cuestión de segundos, sellan sus destinos. Quedo muda de horror al ver sus cuerpos atrevesados por espadas caer casi encima de mí, salpicándome con su sangre. La vida escapa de sus ojos hasta que finalmente quedan inertes.

No puedo moverme, estoy congelada y mortificada por el consuelo que me da su muerte.

— ¿Se encuentra bien, majestad? —uno de los intrusos que dio el golpe letal se acerca, bajando su espada.

Me pego a la pared, aterrada.

— ¿Quién eres? —exijo.

Se lleva una mano al pecho, inclinando la cabeza.

—Arthur Derlo, pertenezco a la guardia real de su majestad, la reina madre.

«¿Galea?» No puedo conectar un pensamiento coherente, desconfío de todos los que me rodean.

— ¿Por qué los envió?

—Para llevarla a un lugar seguro antes de que nuestra intromisión sea alertada.

Me alejo, aún temblando. La cabeza me da vueltas y solo quiero cerrar los ojos para desconectarme de todo, pero la realidad va a arrollarme si no reacciono rápido.

— ¿Cómo sé que me pondrán a salvo? —increpo—. Fue el mismo rey quien ordenó esto, ustedes están traicionandolo al ayudarme.

—Por eso mismo, la única persona que la oportunidad de sacarla de aquí, es nuestra reina—afirma convencido—. No tenemos mucho tiempo y aunque usted no tiene razones para confiar en mi palabra, lo cierto es que seguirme es su única opción.

Muerdo mi labio inferior hasta sentir el sabor metálico. Él tiene razón. No tengo a quien recurrir y de cualquier forma, seré forzada por ellos o por los siguientes enviados de Atheus.

No puedo volver a soportar el peso de su traición. Me pongo de pie tambaleante y acepto el brazo del caballero, quien guía mis pasos torpes hacia el exterior. Una vez fuera, la bilis sube por mi garganta al ver más cuerpos esparcidos por el pasillo, reconozco varios rostros de los hombres que me encerraron con anterioridad. Hay sangre por donde sea que miro y no creo que alguna vez pueda olvidar la sensación de caminar sobre ella, el sonido húmedo me sigue por el resto del camino hasta que cruzamos el tramo al palacio de la reina madre. Llegamos a un sitio apartado, una unión entre uno de los jardines apartados con una construcción a cielo abierto. La luz es escasa, pero aún soy capaz de ver a los defensores de Galea rodeándola en el centro.

El deseo del reyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora