Una noche, el joven príncipe se encontraba recorriendo las almenas del Castillo. Era su momento favorito para hacerlo, pues rara vez se encontraba con alguien y la oscuridad hacía que pudiera ocultarse rápidamente. No temía a la oscuridad ni a las sombras, nunca lo había hecho y no importaba si de vez en cuando algo parecía moverse a lo lejos, él volvía su mirada al cielo estrellado, encontraba la luna iluminando sus pasos y sonreía. Todo su mundo estaba bañado de luz...
Y de pronto un fuerte impacto lo hizo caerse en el piso, impidiéndole además incorporarse pues el peso que había recibido seguía sobre él. Abrió mucho los ojos, asustado, esperando el final y sabiendo que no había nada que pudiera hacer. Él era un príncipe que no había entrenado para protegerse, nunca había esperado necesitarlo y ahora...
–¡Lo lamento! ¿Está bien? ¿Le he hecho daño? –una voz sorprendentemente suave venía de dentro del yelmo. El joven príncipe cerró sus ojos con fuerza–. Oh, Dios, oh... ¿lo he matado? –su voz ahora estaba llena de terror–. Por favor, si puede oírme... si... yo...
–Aire –musitó finalmente, sin poder contenerse más–. ¡Necesito aire! –exclamó, intentando enfatizar la urgencia de aquello. Después de todo, no había muerto y quien sea que lo hubiera atacado no parecía peligroso.
–Oh... ¡Oh! –tras eso, sintió como con gran esfuerzo se apartaba el peso que lo había aprisionado. Intentó incorporarse, pero lo único que logró fue girar la cabeza lo suficiente para observar al atacante. Y, su sorpresa fue mayúscula cuando el rostro que apareció ante él pertenecía a una joven, una muchacha muy joven.
Gabrielle observó a su alrededor, preguntándose hacia dónde había girado esta vez y reconociendo que estaba perdida. Desde luego, haber huido de prácticamente el único lugar que le era familiar, y sin su teléfono, no había sido de sus ideas más brillantes. Pero, en ese momento no había importado, solo había necesitado escapar, dejar de pensar en que, quizá, había fallado, desde el inicio. Su visión había estado equivocada... era un desastre, como había dicho Connor.
¿Lo era? ¿Estaba tan mal?
Miró hacia el cielo y pensó que una nube amenazante se cernía sobre ella. Era lo único que faltaría, una fuerte lluvia para completar su miseria. Y, lo cierto es que, en otras circunstancias, estaría preocupada por su situación.
Pero, en ese momento, no lo estaba. No cuando al menos tenía algo de dinero y sabía el lugar al que debería volver. Aun si no tenía la dirección exacta, podía pedir ayuda para localizarlo... desde luego, dudaba que existieran muchas Mansiones Sforza en los alrededores.
Así que siguió caminando hasta encontrar una pequeña cafetería, donde se sentó cómodamente y contempló como, cinco minutos después, una fuerte lluvia empezaba a caer.
Tras dos tazas de café, Gabrielle se encontraba lista para afrontar la idea de volver con los Sforza. Todavía no estaba lista para volver, solo para contemplar hacerlo. Cerró los ojos y trató de recordar los detalles de diseño de los jardines... en lugar de lograrlo, su mente únicamente pudo volver al entusiasmo que había sentido cuando había recibido aquel encargo, cómo había dejado todo de lado y había viajado inmediatamente. Estaba loca y era impulsiva, esas parecían ser las palabras que su madrastra había pronunciado. Probablemente... sí, probablemente era cierto.
Un desastre andante, así la habían calificado más de una vez. Y no, no porque hiciera locuras en su vida, hasta preferiría que fuera así, al menos tendría anécdotas divertidas que contar. No, si era un desastre andante se debía a que situaciones extrañas la encontraban a donde fuera, sin importar el cuidado que tuviera, el desastre la seguía y alcanzaba. Sería divertido si no fuera su vida o si no sintiera como si la vida misma se riera de ella en cada oportunidad que tenía.
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Érase una vez... una tarde de lluvia y café
RomanceHistoria corta relacionada con la Saga familiar de los Sforza. Protagonistas: Connor Sforza y Gabrielle Lemarchal