El joven príncipe volvió a detener con la mano el torrente de palabras de disculpa que salía de la joven que había aterrizado sobre él. Siguió pensando en el castigo apropiado para tal atrevimiento, algo que no requiriera mayor esfuerzo ni su presencia, algo que...
–¿Pero qué hace aquí, de todos modos? ¿No sabe que este lugar está encantado?
–¿Encantado? –inquirió el joven príncipe, deteniéndose ante la muchacha que portaba la armadura–. ¿Qué significa eso?
–¿No conoce las leyendas? –ella bufó, incrédula–. Todos las conocen en el reino y los alrededores. Nadie que viva aquí podría ignorarlas, nadie que no sea... –sus ojos se abrieron desmesuradamente– el príncipe del cuento.
–¿Lo soy? ¿Un príncipe de un cuento? –el joven ladeó el rostro–. ¿Y de qué cuento exactamente? ¿Qué es lo que se dice de mí en el reino?
–¿De verdad es usted el joven príncipe que está atrapado en la torre?
–No.
–¿No?
–No estoy atrapado en la torre –aclaró.
–¿No? Entonces, ¿por qué no sale?
–¿Por qué debería?
–¿Por qué? –ella giró en sus pies, abriendo los brazos para abarcar su alrededor y luego le sonrió–: ¿por qué no? ¡El mundo debe recorrerse para vivir de verdad! ¿Qué sentido tiene quedarse en un solo lugar? ¿Qué aventuras y qué personas dejarán de cruzar su camino al no aventurarse en él? Sería una locura. ¡Nadie optaría por encerrarse por voluntad propia!
¿Lo era? ¿Era una locura querer estar en un lugar seguro, donde nunca sucedería nada y donde podía vivir una vida despreocupada y fácil?
Frunció el ceño. No, no era una locura. Era una elección. Una decisión razonable. La locura, no, la loca, era ella.
–¿Puedo preguntar algo? –soltó finalmente Gabrielle, llamando la atención de Connor, que no había dejado de mirar por la ventana, con el ceño fruncido. ¿Enfadado? No, preocupado–. ¿Es por Lin?
–¿Qué?
–Su expresión. Preocupada, ansiosa. ¿Quiere escapar?
–¿Esa es la pregunta?
–No, no realmente, pero me dio curiosidad.
–¿Por qué?
–¿Por qué no? –Gabrielle se encogió de hombros–. Usted está aquí, con esa expresión y... –fue su turno de fruncir el ceño– no ha tocado su café.
–¿Mi café? –bajó su mirada–. Lo olvidé.
–¿Lo olvidó? –Gabrielle lo miró como si estuviera loco. Y, en serio, ¿cómo podía alguien olvidar una taza de humeante café recién preparado en un día frío? Sacudió la cabeza, incrédula.
–Asumo que es una fanática del café.
–Y usted no lo es.
–En realidad, me es indiferente.
–¿El café?
–Cualquier cosa –exclamó, con sencillez. Ante la duda en sus ojos, Connor sonrió levemente divertido–. Quiero decir que nunca he sentido la necesidad de ser fanático de nada.
–¿No? –inquirió. Él negó–. ¿Ni siquiera de la costumbre?
–¿La costumbre?
–Sí, lo... ordinario, lo que no cambia.
–Ah, volvemos al tema de los jardines.
–Es lo que más me interesa de aquí.
–¿Y cuáles son sus otros intereses?
–¿Otros?
–Acaba de decir que es lo que más le interesa, no lo único.
–Ah. Solo fue un decir.
–Ah.
Cruzaron sus miradas y Gabrielle bebió rápidamente un sorbo de café para tener un pretexto y fijar sus ojos en el fondo de la taza.
–¿Por qué la contrató Lin?
Eso llamó su atención inmediatamente. Arqueó una ceja.
–No pretendo ofenderla, estoy realmente curioso de la razón.
–No lo sé –confesó.
–¿No lo sabe? –preguntó, confundido.
–La verdad es que no. También me lo pregunté. Hmmm cuando presenté mi proyecto dudé que fuera a tenerse en cuenta. Solo quise intentarlo... los sueños generalmente no se cumplen, pero esta vez sucedió.
–¿Los sueños? ¿Es su sueño diseñar jardines?
–No, mi sueño es más específico, señor Sforza –Gabrielle sonrió un poco–. Diseñar los jardines de su Mansión en concreto.
Connor sopesó su respuesta unos segundos, antes de ladear la cabeza y mirarla con abierta curiosidad.
–¿Alguna razón en especial?
–Sí.
–¿Cuál?
–Los he visto.
–No comprendo.
–He visto lo que pueden llegar a ser. No, lo que deberían ser. Lo que ya son.
–Ahora que los ha modificado.
–Si me da una oportunidad...
–No creo que tenga mucha opción.
–¿Está dispuesto a hacerlo? –preguntó, asombrada, pues recordaba su patente disgusto ante la idea–. ¿Por qué ha cambiado de opinión tan pronto?
–¿Tiene objeciones al respecto?
–No exactamente, solo curiosidad.
–Digamos que quiero ver ese... potencial.
–Así será. No en este momento –hizo ademán hacia la lluvia– pero pronto, en cuanto...
–Antes, respóndame algo más, Gabrielle Lemarchal.
–¿Sí?
–¿Por qué?
–¿Por qué? –repitió, sin entender.
–¿Por qué tenían que ser los jardines de la Mansión Sforza? ¿Por qué precisamente su sueño los involucra?
–Se lo acabo de decir.
–No, no del todo.
–No comprendo.
–Hay una razón, más allá de "lo que pueden llegar a ser".
–Bueno...
–¿Me la dirá?
–¿Conservará los jardines?
–Si es lo suficientemente interesante.
–Oh –soltó, desanimada.
–¿No lo es?
–No... a menos que le gusten los cuentos de hadas.
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Érase una vez... una tarde de lluvia y café
RomanceHistoria corta relacionada con la Saga familiar de los Sforza. Protagonistas: Connor Sforza y Gabrielle Lemarchal