V.

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–Suena aburrido –dijo la muchacha cuando el joven príncipe terminó su relato de las razones sobre las que él no estaba encerrado. Él frunció el ceño.

–En realidad, es seguro –corrigió–. ¿La seguridad no representa nada para usted?

–¿Debería? –ella soltó, pensativa–. Quizá... pero probablemente sea que no la he sentido.

–¿Nunca?

–No, y ahora no creo que la necesite tampoco.

–Es precisamente porque no la ha tenido que no sabe su valor.

–Oh, joven majestad, sé todo sobre el valor de lo que no se tiene.

–¿Usted? –inquirió, con aire incrédulo.

–Desde luego. ¿Quién si no sabe más del valor de algo que quien no lo posee? Al contrario, aquel que lo tiene todo, nunca podría saber el valor de nada.

–No creo...

–Bueno, quizá de algo... hmmm... sí, podría descubrir el valor de lo que no tiene. De lo que puede ganar, pero no le ha sido dado.

–¿Dado?

–Hmmm... dado. Por circunstancias fuera de su control. Como... –hizo un ademán de la mano– la cuna adecuada. Ese tipo de circunstancias.

–¡Está muy cerca de ofenderme! –protestó el joven príncipe, indignado. Ante aquel exabrupto, la pequeña guerrera hizo lo único que le pareció adecuado... e imprudente. Rompió en sonoras carcajadas.


–¿Cuentos? –preguntó Connor, dudando que hubiera escuchado correctamente.

–Ajá, cuentos –confirmó Gabrielle– de hadas –añadió tras un instante.

Connor abrió un par de veces la boca y la cerró, como si le costara encontrar las palabras para expresar lo que pensaba. Y así era, desde que cruzaron palabra, a él le estaba costando decir algo que no fuera malinterpretado, quizás ofensivo o duro.

Frunció el ceño, preguntándose por qué estaba debatiéndose tanto ante ello. No era normal en él hacerlo, pues por norma era directo y conciso en sus ideas, así había aprendido que era el camino más efectivo para lograr lo que quería en cualquier aspecto de su vida.

–¿Señor Sforza? –inquirió Gabrielle y él pestañeó, dándose cuenta que no había dicho nada aún.

–Estoy... desconcertado –reconoció, con un toque de sorpresa–. De todas las cosas que podría haber mencionado, esto está en alguna parte en el final de una larga lista de razones por las que un sueño involucra un lugar específico.

–Dudo que exista una lista así en alguna parte del universo, pero si lo hubiera, sería lo más natural que incluya de todo, lo imaginable e inimaginable. Después de todo, son sueños, ¿qué más infinito de posibilidades que eso?

Connor parecía un poco frustrado, tomó un sorbo de café distraídamente y sus ojos volvieron a la ventana.

–La lluvia no parece dispuesta a cesar –musitó.

–Lo hará a su momento. Como todo.

–¿Acostumbra a ese tipo de razonamientos?

–¿Razonamientos? Más bien comentario.

–¿Se está burlando de mí? –dijo Connor, con una pequeña sonrisa de diversión. Gabrielle sonrió ampliamente.

–Un poco, señor Sforza, es que usted parece tomarse demasiado en serio.

Érase una vez... una tarde de lluvia y caféDonde viven las historias. Descúbrelo ahora