Carta 14. Cuatro meses después

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Amiga:


He tomado probablemente la decisión más difícil de mi vida: haré estallar el domo. Hay suficiente explosivo en sus bodegas y sé que nadie extrañará este remedo vulgar de paraíso artificial, de lugar habitable que nunca lo fue, yo al menos no lo haré. Primero he de contarte lo sucedido y lo que me obligó a tomar tan destructiva elección, a mí que siempre he preferido construir, que he odiado el caos de la aniquilación toda mi larga y agonizante vida, estoy cierto en que es lo mejor que puedo hacer, me lo dice mi corazón al que llevó tanto sin escuchar.

Debo sonar ridículo, lo admito, y de ahí mi necesidad de hablarte por última vez, porque esta mi amiga, será el fin de nuestras amenas y unilaterales conversaciones, las cuales me impidieron morir en vida y perder la cordura. Te lo agradezco en verdad, has sido tú mi tabla salvadora.

Comenzaré por decirte que lo he visto, sin duda sabes que me refiero a aquel que me perseguía y que temía más que a nada por haber encarnado irracionalmente en él a mi propio fin. Lo que encontré fue algo que no pudieron mostrarme mis conjeturas más descabelladas, definitivamente no estaba preparado para lo que vi ese día. Era un hombre, un perfecto espécimen de la raza humana, con la tez más oscura que he visto y dientes blancos que brillaban entre unos labios carnosos. Era un ser humano, casi no lo podía creer, alto, delgado, de una constitución física envidiable que claramente había adquirido mediante una vida salvaje y natural. Él me miraba como si tampoco creyese lo que le mostraban sus ojos, como si su mente le dijera que aquel hombre en ruinas que tenía enfrente no era de su misma especie.

Por mi parte lo recorrí en un solo parpadeo, estaba desnudo, circulaba su cintura un delgado cinturón, por lo demás, lo que llevaba encima era escaso, tan escaso como su conocimiento del mundo que mi domo y yo representábamos. Tardamos en intentar comunicarnos y la mayoría de nuestros esfuerzos fueron infructíferos hasta que, al borde de la desesperación, el ingenio que compartimos nos llevó a lograrlo. Establecimos un diálogo primitivo, basado en señas y gestos que poco a poco comenzamos a interpretar exitosamente. Ante nosotros se abrió un mundo de posibilidades que me fascinó desde un principio.

Me ha dicho su nombre y yo le he dicho el mío, sin embargo, para ambos la diferencia entre nuestros dialectos nos impide pronunciar correctamente el nombre del otro. Él me llama simplemente Jas y yo a él lo he bautizado como Adán. Tal vez soy petulante al hacerlo, es que eso es para mí: el primer hombre, el primero que he visto en siglos, la esperanza renacida de un futuro que para mí ya estaba más que enterrado, olvidado entre los rescoldos de lo que fue alguna vez una civilización. Adán pertenece a una tribu que puedo imaginar por sus austeras descripciones. Desde mi encuentro con él he soñado con que no estuviera solo como yo y ahora, tengo la certeza de que no lo está. A él lo acompaña una familia, unos padres, una mujer, unos hijos y una comunidad entera que aguarda su regreso.

¿Cómo sobrevivieron al virus? En realidad, no me importa, lo hicieron, una raza que por genética siempre fue de las más fuertes y que al final, logró superar al resto. La alegría que este descubrimiento me causa es algo que no puedo expresarte. Adán y su tribu son el nuevo comienzo que necesitaba una humanidad decadente. Son seres humanos en su estado más natural, más primitivo, menos nocivo y, sobre todo, libre de la amenaza de hombres ambiciosos, sistemas económicos voraces y regímenes totalitarios e irracionales. Son tan libres como yo mismo desde que sé de su existencia.

Por ellos y su futuro necesito desaparecer el domo y la contaminación que genera en sus tierras, no puedo permitir que una vez más el "progreso" amenace su integridad y una sociedad milenaria a la que deseo pertenecer y ver florecer o quizá mejor, permanecer como lo han hecho por siglos. Lo he dudado, aún hay en el domo esas bellas artes que desearía conservar, medicinas que podríamos necesitar. El riesgo es grande y lo asumiré como tal, destruiré todo lo que nos encadena a un pasado doloroso. Si Dios, la vida o el simple azar nos dieron una segunda oportunidad, será mejor que me rinda a ella por completo, sin los paradigmas que mermaron mi existencia pasada. Esto, amiga mía, es el fin y el principio, dos tragos de una misma copa, la copa a la cual siempre hemos estado destinados.


Tuyo por toda la eternidad, Hans 

Cartas desde el Fin [Finalizada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora