Carta 4. Un día después

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Amigo mío:

Hoy he tardado poco en volver a nuestra charla, debe ser que te extraño. Tu inexistente voz y tus muy apreciados, aunque tampoco existan, ojos u oídos (que importa ya), se han convertido en el bálsamo perfecto para mi creciente locura.

Comenzaré por decirte que por acá todo sigue igual, silencioso y terriblemente desquiciante. Pero no quiero aburrirte, continuaré para ti la historia del fin. El escándalo luego de nuestro descubrimiento fue inmediato y debo decir que eficientemente silenciado. No, no te preocupes, ese gobierno poco escrupuloso no envió a sus asesinos para aniquilarnos aunque sin duda, en otros tiempos, esa hubiera sido su primera opción. Para su desgracia, los avances eran dados a conocer en tiempo real, los ojos de todo el mundo estaban puestos sobre nuestros resultados y por eso le fue imposible callarnos de la forma acostumbrada: enterrándonos con nuestra verdad descubierta. Lo que hizo sin embargo fue un poco peor, desacreditó de inmediato nuestra revelación. Uno podría y de hecho lo hicimos, pensar que es difícil pero no lo fue.

¿Qué son unos cuántos científicos poco acostumbrados a la guerra mediática contra unos políticos que nacieron sabiendo manipular? Fuimos desacreditados, nuestras naciones renegaron de nosotros, la comunidad científica mundial nos dio la espalda sin que pudiéramos hacer nada por evitarlo. Acusados de difamación, volvimos a nuestros respectivos hogares derrotados y humillados. Solo alguien, o más bien algo, prestó atención a nuestras conclusiones: una organización con los suficientes recursos y medios para volver a reunirnos, a la que simplemente llamaré la Corporación (un término que la describe a la perfección).

Una vez más se nos fue encomendada una importante misión: preservar nuestra especie a cualquier costo. Nuestro equipo agrandó sus filas, aumentaron los recursos tecnológicos y financieros, parecía algo prometedor, eso parecía. Lo que siguió fue una carrera contra el tiempo, contra el fin, contra nuestro propio cansancio y los callejones sin salida a los que tantas veces llegamos en el transcurso de nuestra investigación. Cada hora, cada segundo de cada día contaba como uno más en el que nos acercábamos al verdadero apocalipsis. Un apocalipsis que solo nos contemplaba a nosotros: los humanos.

Hans

Cartas desde el Fin [Finalizada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora