Carta 5. Dos meses después

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Amigo... amiga:


Sabes, a veces desearía que fueras una mujer. No te voy a engañar, sigo siendo un hombre, mis necesidades van más allá de alimentarme, dormir y lo que viene como consecuencia. También, muy a menudo últimamente, pienso en cómo se siente tocar una piel ajena, pero lo único que tengo a mano es mi propia piel. Qué patético te debo resultar, yo mismo me describiría de esa forma. Lo cierto es que una voz, la dulce y melodiosa voz de una mujer, es mi anhelo mejor guardado.

¿Para qué sueño con lo que tengo por imposible? De algo estoy cierto: no hay nadie que me escuche, no hay nadie que me hable, estoy solo y así acabaré mis días, no sin antes contarte el resto de mi historia. Fue hace ya tanto tiempo, pero registré cada causa, cada observación, cada paso en nuestra experimentación y cada recomendación que emitimos. La primera de estas últimas fue contar con un centro de operaciones aislado, en un ambiente esterilizado, vaya ironía, libre de factores que pudieran afectar nuestros resultados. Se nos fue concedido, como todo lo que pedimos entonces. Sudáfrica fue la mejor opción, un país en ruinas, saqueado y utilizado por otros, y con su propia revolución a punto de llevarlo al colapso. Sus gobernantes poco preguntaron, no pusieron serias objeciones y el dinero que se les ofreció terminó de convencerlos.

Fue fácil comprar el terreno necesario, la construcción de nuestro santuario de la ciencia estuvo completada en apenas unas semanas. Al final, se nos fue entregado el CIGA (Centro de Investigación en Genética Avanzada) pero nosotros lo bautizamos como el domo por su forma y por si te lo preguntas, sí, sigue en pie y se ha convertido en mi tumba. Una tumba demasiado pomposa para este miserable que solo quisiera estar tres metros bajo tierra, como los viejos funerales. Por desgracia no es mi destino, algo debo estar pagando para haber sido elegido.

Querida, impídeme divagar, te lo ruego o no terminaré esto nunca. El domo es una estructura de poco más de mil hectáreas, totalmente hermética, fabricada de un material similar al cristal, pero más resistente que el acero. Permite que la luz solar entre y deja fuera su ya insana radiación, a un precio sin embargo muy alto pues su sola existencia contamina lo que lo rodea a varios kilómetros por detalles técnicos en los que no pretendo ahondar. Tiene enormes bodegas y la infraestructura propia de una ciudad por lo que permite albergar a varios miles de personas. Cuenta con su propio pozo de dónde se extrae agua potable, además de una planta de energía automatizada al cien por ciento. No requiere más que de un par de técnicos que brinden el debido mantenimiento, personajes que por cierto hace mucho dejaron de existir. Ahora soy yo solamente y no he sabido hacer bien el trabajo por lo que temo que un día las luces ya no se enciendan y sumado a mi eterno compañero el silencio, la oscuridad termine de engullir el resto de mi cordura. En fin, el domo era nuestro pequeño mundo, nuestro templo del conocimiento, el lugar dónde haríamos historia y vaya que la hicimos, que pena que nadie quede para contemplar nuestra creación.


Hans

Cartas desde el Fin [Finalizada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora