—He tenido noticias de los Di Angeli.— dijo mi tío según contesté a su decimoséptima llamada, ni siquiera se molestó en saludar.
—¿Ah, sí?— traté de fingir sorpresa pero a la vez estaba viendo el ladrillo sobre mi mesa, no era el único al que le llegaban noticias.
—Amy, no tengo tantas reglas...—podía oír la decepción en su tono, incluso podía imaginar su mueca de disgusto. —Ahora estás en peligro.
—Más en peligro que de costumbre, querrás decir.—suspiré.
Debía ser un maldito record, llevaba tan solo unas horas sin estar vigilada y asfixiada por la seguridad de los niños perdidos, y ya había aparecido una amenaza por mi ventana.
No me hacía gracia volver a estar bajo su completo control dentro de su blindadísima guarida. Pero no podía pensar solo en mí y en lo poco que me importaba vivir o no a estas alturas, pensé en el par de criaturas que había dando vueltas en mi cocina.
No podía permitir que nada malo las ocurriese y dudo que nadie pudiese cuidarlas tan bien como yo, o al menos no con tanta devoción.—Carrie, ¿estás libre?— le oí preguntar al otro lado de la llamada. Me temblaron las piernas, no tenía miedo a dejar de vivir pero sí a todo lo que ella pudiera hacerme, que sin lugar a dudas iba a ser mucho peor que una simple muerte. Carrie me había advertido sobre Rafael, de hecho ella tenía muchísimo rencor acumulado para él y temía poder convertirme en la receptora de todo ese odio enquistado. —¿No? No pasa nada, tranquila.— al fin puse volver a respirar después de tragar saliva con dificultad.—Poe, necesito que vayas a recoger a mi sobrina.—se me volvió a encoger el corazón.
—Y a mis perras, por favor.— conseguí decir con un hilo de voz tembloroso.
—Llévate la furgoneta, también vienen Tormenta y Sombra.— oí sus pasos alejarse, eran muy reconocibles, aquellas botas negras podían sonar realmente duras gracias a la punta metálica.— Ten cuidado hasta que llegue.
—De acuerdo.—tan solo tardaría unos minutos pero era difícil discutir con un ladrillo que podía haber chocado contra mi propia cabeza en la mano.—Hasta ahora.—me despedí.
—Ahora nos vemos.— contestó él antes de colgar.
Parecía muy preocupado y él ni siquiera sabía lo que había pasado. Comencé a preguntarme qué le podrían haber dicho los Di Angeli.
Sombra empezaba a arañar la puerta de la cocina movida por el nerviosismo, así que tras un último vistazo, decidí que el salón ya estaba libre de cristales y podían salir.
A pesar de liberarlas no llegaron muy lejos, porque se abalanzaron sobre mí aún más preocupadas que mi tío.—Tranquilas, todo va a ir bien. — me agaché para ponerme a su altura y las abracé.
Entonces el dichoso teléfono empezó a vibrar de nuevo, esta vez en la pantalla aparecía el nombre de Rafael Di Angeli.
ESTÁS LEYENDO
El negocio familiar
Non-FictionAmy es una adolescente, inconforme con el estilo de vida de su familia, que odia lo que está estudiando y sus únicas amistades reales son con sus mascotas. En este momento tan complicado de su vida, descubre que la empresa de homeopatía de su tío e...