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—Amy, se han enterado

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—Amy, se han enterado.— dijo atropelladamente.— No sé cómo, pero lo saben.

—Ya, no es ninguna sorpresa.— suspiré, Rafael no parecía saber todo lo que ocurría.—Mi ventana acaba de recibir un ladrillazo y hay unas alas pintadas en la acera de enfrente.

—Merda, nessuno mi caga.—puse los ojos en blanco, primero inglés con Neo y ahora italiano con Rafael, esto de las mafias era un auténtico intercambio de idiomas.—Ma mi prendi per i fondelli?

—Dicen que saben lo que he hecho y que debo afrontar las consecuencias.— decidí cortarle porque tenía la sensación de que aquellas maldiciones se podían haber prolongado mucho más tiempo.

—Lo siento, mi familia es muy tradicional y no van a parar hasta que hagamos esto formal.— explicó con un tono avergonzado.

—Resulta que las reglas de los míos dicen todo lo contrario ¿recuerdas?— puse los ojos en blanco, estaba claro que aquello era un conflicto de reglas estúpidas y arcaicas. Sin embargo, por muy en contra de ellas que estuviese, debía tenerlas en cuenta ya que habían causado más daño del que esperaba.

Sonó el telefonillo y me apresuré a abrir la puerta, según la idea que tenía de Poe, era capaz de tirarla abajo si me demoraba más de un minuto.

Sonó el telefonillo y me apresuré a abrir la puerta, según la idea que tenía de Poe, era capaz de tirarla abajo si me demoraba más de un minuto

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—Tengo que colgar.—dije antes de pulsar el botón rojo, ni siquiera le di la oportunidad de despedirse.

Poe no tardó en subir la escalera, en seguida le tenía frente a mí. No era capaz de juntar el valor para mirar hacia arriba y encontrarme con sus ojos tras las gafas de sol. Sombra y Tormenta debieron notar la tensión, porque vinieron a mi lado.

— ¡Oh Romeo, Romeo! ¿Por qué eres tú Romeo? Niega a tu padre y rehúsa tu nombre; o, si no quieres, júrame tan sólo que me amas, y dejaré yo de ser una Capuleto.— recitó con una sonrisa.

—No es el momento, Poe.— me atreví a hablarle de ese modo porque de veras me estaba molestando.

—Siempre es momento para Shakespeare.— maldije esa manía que tenía mi tío por que los huérfanos leyesen. Los nazis me hubiesen tatuado una esvástica en la frente, pero no estarían interpretando un diálogo de Romeo y Julieta sorprendentemente extrapolable a mi situación.

—No sé qué voy a hacer.— me quedé mirando la ventana rota, aunque era el menor de mis problemas.
Poe se acercó a la mesa donde había dejado el ladrillo y observó las alas pintadas en la calle por encima de sus gafas de sol.

—Parece un ultimátum.— apartó la mesa como si no pesara nada y colocó la estantería tapando la ventana, de modo que nos sumimos en una penumbra bastante íntima.—Enviaremos a alguien para que arregle el cristal, no tardarán.

—¿Y quién va a arreglar todo lo demás?— por un momento se me olvidó el pavor que me provocaba y me apoyé en él dejando caer algunas lágrimas.

—Lo vas a arreglar tú.— contestó seriamente apartándome de él, aunque no de forma brusca.

— contestó seriamente apartándome de él, aunque no de forma brusca

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El negocio familiarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora