EL PLAN
La aldea de Galway bulle de actividad esa mañana.
Es día de mercado.
Una hilera errática de coloridos toldos se apiñan contra la vieja y musgosa muralla de la villa. El viento silba entre las vistosas lonas, bate capas y enreda melenas, se arremolina en las faldas de las mujeres y cabriolea en las crines de los caballos. El cielo comienza a acerarse de manera vertiginosa. No tardará en llover. Quizá por eso la gente se apresura en sus compras, regateos y disfrute.
Compañías de teatro ambulantes, bufones, bailarinas, funambulistas y devoradores de fuego animan los arrabales con sus espectáculos.
Carpas abiertas muestran el interior de tabernas ambulantes. Mesas con largos bancos de madera, un mostrador tosco y tinajas de cerveza y vino por doquier. Más allá, bajo un chamizo, un robusto espeto gira ensartado en las entrañas de un enorme jabalí desollado.
Música de flautines y timbales se engarzan en la brisa, que estira las notas en una especie de susurro hipnótico otorgándoles un peculiar halo místico.
Myrna fija su atención en un grupo de soldados de mirada recelosa y ánimo beligerante. Brindan con ebria efusividad y se jactan de sus proezas en el campo de batalla a voz en grito. Sus gestos burdos y sus carcajadas escandalosas, amedrentan.
—Son mercenarios — apunta Kalen —, hombres sin moral, bárbaros sin principios ni bandera. Su única lealtad reside en sus zurrones. Matarían a sus madres por unas míseras monedas.
—Es justo lo que necesitamos —murmura animosa, ante el ceño de Kalen.
—Sin un motivo, sin un vínculo, cualquier enemigo más rico te arrebataría tu ejército de un plumazo. Y te aseguro que los danaanos poseen riquezas y poder para comprar todas las mesnadas de mercenarios de la isla.
Ahora es Myrna quien frunce el cejo. Su rostro se ensombrece, pero su gesto se constriñe en un gesto reflexivo.
—Entonces, lo que preciso es de un motivo —medita cavilosa.
—Nadie luchará por una reina extranjera.
—A no ser...
Kalen contiene el aliento.
—Huyamos, muy lejos —la interrumpe —, tu vida corre peligro. Cuando dejen de buscarte, buscaremos la manera de reclamar el trono.
Myrna niega pertinaz con la cabeza.
—¿Sabes jugar a los bolos celtas?
Kalen alza con asombro las cejas y asiente.
—Sé de qué trata el juego, pero nunca lo he practicado.
—Eres un semidios, te será fácil lanzar los bolos más lejos que los demás participantes —supone con suficiencia.
Kalen la aferra del brazo y la obliga a sostenerle la mirada.
—¿Qué pretendes?
—Conseguir unas pocas monedas, no necesito más para prender la mecha de mi plan.
—Pues yo necesito conocer ese plan, si requieres de mi ayuda.
Myrna esboza una sonrisa pendenciera que le encoge el estómago.
—¿Ves a ese charlatán de ahí?
Señala a un anciano, un monje subido a un estrado entonando supercherías.
—Viajan de pueblo en pueblo trasladando información de las cortes, de la realeza, de amenazas diversas, de impuestos nuevos y de castigos divinos.
—Eso ya lo sé, y cualquiera con algo de raciocinio sabe que solo buscan monedas a cambio de cuentos inverosímiles.
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EL TRONO DE SANGRE
FantasyLa profecía del Gran Oráculo augura que una niña, nacida de un amor prohibido, se convertirá en la temida reina negra, destructora de su pueblo, los Tuatha De Dannan, una tribu divina que tiene su reino en la isla de Eire. Desde hace siglos, La Pied...