🐾

158 11 24
                                    


Pasaron cuatro años, Antonio ya tenía nueve, era un niño grande según él, podía tomar sus propias decisiones o hacer lo que él quería como lo hacían sus hermanos y primas mayores.

Era mentira, su madre no iba a permitir que su último hijo fuera un atrevido y un desobediente con quién sea. Eso irritaba un poco al pequeño, siempre era sobreprotegido por sus padres y tíos, mientras que Dolores ya tenía una vida con Mariano y Camilo no tenía por qué ser vigilado, Toñito no quería ser tratado como un niño.

Cada día que él daba mucho esfuerzo en sus trabajos era para impresionar a su abuela y a su madre, pero de nada servía si le daban pocas cosas que hacer.
Al final del día se encerraba en su cuarto para ensayar mil veces cómo le diría a sus padres que quería hacer una reserva animal para los que vivían afuera.

Antonio sabía que los felinos carnívoros no podían quedarse en su cuarto, de hecho no querían. Sabiendo que el niño tenía reglas ahí dentro, no iba a permitir a ninguno comerse un pequeño animalito indefenso, eran todos compañeros y amigos.

-Somos todos una familia.-

Esas eran sus palabras de siempre, los carnívoros les pareció ridícula la idea de no poder comer otro animal, ¿Cómo vivirían sino?

"ERES UN HIPÓCRITA, DICES QUE NO HAY QUE COMER ANIMALES, PERO TU FAMILIA DEVORA TODA LA CARNE QUE QUIERA, IGUAL QUE TÚ"

Fue lo último que escuchó del líder de los felinos antes de irse con su manada más allá de toda la fauna de el Encanto.
El niño se quedó pensando mucho en esas crueles palabras, apenas con seis añitos no podía entender por qué le sonaba tan raro hasta que un día fue avisado por su tucán que un pequeño grupo de Borugos habían sido capturados.
El pequeño fue corriendo junto con su amigo jaguar para ayudar, pero había llegado en el momento menos indicado, pues el cazador estaba en la labor de matar a los animalitos, ya iba por el cuarto.

"ANTONIO AYÚDAME! AYÚDAME ANTONIO, POR FAVOR!!"

El jaguar se puso en medio para que el niño no viera esa horrible escena, a pesar de eso podía escucharlo todo, el sufrimiento de esos pequeños, los gritos de dolor y miedo que solo él podía escuchar, se tapó los oídos estando escondido en unos arbustos junto con su felino.
Ese día el niño llegó a casa sin decir una sola palabra, esperó a la hora de la cena, Julieta había hecho Sancocho, al ser llamado para comer fue rápido para ver si la comida de su tía lo hacía sentir mejor.

Se quedó mirando el plato un buen rato,

-Antonio, come lo que hizo tu tía!-

Fue obligado por su madre, el niño asustado y mirando a los demás agarró la cuchara para poder tomar algo del caldo y luego masticar un trozo de carne, en cuestión de segundos su mente puso imágenes terribles en las que sus amiguitos eran mutilados y despellejados por esos cazadores, no soportó la culpa y el asco, terminó escupiendo todo lo recién masticado en el plato, haciendo que sus primas y hermanos se asqueen al instante dejando la comida de lado.

-¿Cómo te atreves a escupir lo que te dan de comer? ¿Estás loco?-

Reprochó su madre ya estando a solas en la cocina, el pequeño estando en frente de sus padres, tía y abuela, cabizbajo no sabía cómo disculparse, sus ojos estaban llorosos, pero no entendía si era por los gritos de su mamá o por no haber podido ayudar a esos animalitos.

-Mami.. Es que.. La carne..-

-Ya basta! Eres un desagradecido. Te sientas ahí y te comes todo lo que hizo tu tía, no vas a irte a la cama sin comer!-

La voz de Antonio estaba quebrada, no quería ver a la cara a sus mayores, seguro estaban muy enojados, pero lo que ellos mostraban era más bien preocupación por el pequeño, él jamás había hecho eso con la comida. Desvió su mirada al plato de comida en la mesa, se sentó y tomó la cuchara siendo observado por los demás, su mano temblaba al igual que sus piernas.

Antonio y los cinco Jaguares/EncantoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora