Capítulo I

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Ajusté mi abrigo, y seguí los pasos calmosos de mi compañero.

Resbalando por el lodazal, ascendí la vista hacia los árboles; que como espectros, se ocultaban entre la niebla y cantaban ante la gélida brisa.

Mis pupilas buscaron la sombra de mi guía; que, sin el mínimo atisbo de temor, marchaba hacia adelante; examinando el borroso campo, y descubriendo; sin duda, cosas que mis débiles ojos no lograban percibir.

-Yo lo pensaría dos veces -dándome la espalda, se acercó a un tronco-, antes de descansar aquí. Éste lugar -añadió pausadamente-, ha servido de escenario funesto.

-No estaba descansando -repliqué irguiéndome-. Resbalé, eso es todo.

-Puede que no quieras hacerlo más adelante -añadió-. La escena del crimen, está por allá.

Como si estuviera presentando un acto teatral, señaló el horizonte, y me instó a seguirlo.

Mis piernas temblaron al divisar una enorme casona de aspecto añejo y descuidado. Tanto las ventanas de la planta superior como las de la inferior, se hallaban cubiertas con tablas clavadas desordenadamente, como si, el residente hubiera actuado con premura ante un peligro inminente. ¿Cuál? No lo sabíamos. Sólo conocíamos el penoso resultado.

-Buen día, caballeros -se acercó el inspector; que junto a otro individuo, nos había estado esperando-. Todo está tal y cómo lo encontraron; no hemos movido ni una teleraña.

-Quisiera ver el interior, si no le importa.

Asintió, y nos guió por los estrechos corredores.

Pese a que habían encendido algunas lámparas, y liberado una que otra ventana; el edificio se hallaba en la más aterradora penumbra. El olor a humedad, y el chirrido de la madera al ser tocada por nuestros zapatos; le otorgaban un aspecto tan tenebroso y desolador, que tanto mis compañeros como yo, no pudimos evitar estremecernos.

-Aquí...aquí está. -trémulo, el inspector señaló.

Cubriéndose la boca con una tela, mi compañero se inclinó. Examinándolo con la vista; se mantuvo en silencio.

-Como verá...lleva...una máscara -aludió el inspector-. Quizá, quizá el criminal...se la puso luego de....de...desfigurar su rostro.

Alarmado, apreté mi respiración.

-Es...una hipótesis interesante -profirió mi compañero desde el suelo-. Sin embargo, temo que con ella deja de lado, una pequeña, pero muy importante cuestión, ¿por qué, el asesino, se molestaría en cubrir su faz luego de haberla destrozado? ¿No sería más conveniente esconder toda la evidencia, en lugar de sólo, ocuparse en ocultar la identidad de la victima?

-Tal vez... -titubeó un joven a mi costado- no deseaba que lo reconociéramos porque, puede que sea un...hombre poderoso. Tal vez, un político, o un rico magnate.

-Es un razonamiento muy aceptable, mi querido amigo -manifestó-. No obstante, me temo, que si el criminal hubiera querido ocultar su identidad, no habría dejado aquí su cuerpo, o, éste cuaderno.

Sacando un pequeño diario de la chaqueta de la victima, lo abrió.

-Erik -exclamó en voz alta-. Caballeros, estamos en presencia de quien en vida fue el mal llamado "fantasma de la ópera".

Confundidos, nos miramos entre nosotros.

-Un compositor muy "conocido" en Paris -agregó desplazándose por la estancia-, aclamado, y, temido. Se paseaba por el teatro con una máscara blanquecina, y un frac más negro que la oscura noche. Aterrorizó a los miembros de la Ópera, y a sus dueños, los...extorsionó. Sin duda, era un curioso personaje.

-He oído hablar de él. -profirió el inspector pensativo.

-¡Por supuesto que lo hizo! -exclamó mi compañero-. Firmin Richard solicitó nuestro apoyo hace un año. Según sus palabras; estaba realmente atemorizado. Ni la policía, ni los detectives que contrató lograron hallar la verdad; incluso, mi querido amigo, los últimos detectives que osaron enterrar las narices en el asunto, fueron, convenientemente, retirados; por decirlo así.

-¿Retirados? -preguntó el joven.

-Algunos abandonaron el teatro despavoridos -explicó-. Otros, hallaron la muerte en lugar de a su fantasma.

-Oh.

-Mi querido doctor -llamó-, ¿me hace el favor de revisar al occiso.

Asentí, me aproximé a mi impasible amigo, y me incliné para ver al difunto.

Su rostro; como lo había dicho Lestrade; estaba cubierto por una máscara parecida a la porcelana. Sus ojos hundidos, reflejaban tanto espanto, que por un momento creí que a mis espaldas se hallaba un terrible monstruo. Volteando disimuladamente, me alivié de que no existiera uno, y me avergoncé al mismo tiempo.

Pasando gran cantidad de saliva, bajé los iris hacia su pecho; una enorme perforación yacía en el torax, como si, una extraña maquina hubiera entrado a su pecho con el motivo siniestro de hacer picadillo su corazón.

-Murió -informé lastimosamente-, con lentitud. Casi podría decir que estuvo luchando contra "la maquinaria" todo el tiempo que fue capaz.

-¿Maquinaria? -inquirió de nuevo el joven.

-No me parece que haya sido otra cosa -suspiré, mirando a la victima.

-¿Hay indicios de que alguna maquina haya sido transportada de ida y vuelta? Es decir -manifestó el inspector-, que hayan traído un objeto, y, al terminar el... "trabajo", lo hayan sacado.

-¿Qué clase de desquiciado pudo haber hecho esto? -al mismo tiempo, el jovencito, pensó en voz alta-. Le arrancó...el corazón.

-Eso -dijo mi compañero-, es lo que vamos a averiguar.

-Se lo agradezco, señor Holmes.

Un misterio elementalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora